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ELOGIO DE LA SABIDURIA; CONCLUSION (Jb.28,1-31,40)
1 Hay, sí, para la plata un venero, para el oro un lugar donde se purifica.
2 Se extrae del suelo el hierro, una piedra fundida se hace cobre.
3 Se pone fin a las tinieblas, hasta el último límite se excava la piedra oscura y lóbrega.
4 Extranjeros abren galerías de todo pie olvidadas, y oscilan, se balancean, lejos de los humanos.
5 Tierra de donde sale el pan, que está revuelta, abajo, por el fuego.
6 Lugar donde las piedras son zafiro y contienen granos de oro.
7 Sendero que no conoce el ave de rapiña, ni el ojo del buitre lo columbra.
8 No lo pisaron los hijos del orgullo, el león jamás lo atravesó.
9 Aplica el hombre al pedernal su mano, descuaja las montañas de raíz.
10 Abre canales en las rocas, ojo avizor a todo lo precioso.
11 Explora las fuentes de los ríos, y saca a luz lo oculto.
12 Mas la Sabiduría, ¿de dónde viene? ¿cuál es la sede de la Inteligencia?
13 Ignora el hombre su sendero, no se le encuentra en la tierra de los vivos.
14 Dice el Abismo: «No está en mí», y el Mar: «No está conmigo.»
15 No se puede dar por ella oro fino, ni comprarla a precio de plata,
16 ni evaluarla con el oro de Ofir, el ágata preciosa o el zafiro.
17 No la igualan el oro ni el vidrio, ni se puede cambiar por vaso de oro puro.
18 Corales y cristal ni mencionarlos, mejor es pescar Sabiduría que perlas.
19 No la iguala el topacio de Kus, ni con oro puro puede evaluarse.
20 Mas la Sabiduría, ¿de dónde viene? ¿cuál es la sede de la Inteligencia?
21 Ocúltase a los ojos de todo ser viviente, se hurta a los pájaros del cielo.
22 La Perdición y la Muerte dicen: «De oídas sabemos su renombre.»
23 Sólo Dios su camino ha distinguido, sólo él conoce su lugar.
24 (Porque él otea hasta los confines de la tierra, y ve cuanto hay bajo los cielos.)
25 Cuando dio peso al viento y aforó las aguas con un módulo,
26 cuando a la lluvia impuso ley y un camino a los giros de los truenos,
27 entonces la vio y le puso precio, la estableció y la escudriñó.
28 Y dijo al hombre: «Mira, el temor del Señor es la Sabiduría, huir del mal, la Inteligencia.»
1 Job continuó pronunciando su discurso y dijo:
2 ¡Quién me hiciera volver a los meses de antaño, aquellos días en que Dios me guardaba,
3 cuando su lámpara brillaba sobre mi cabeza, y yo a su luz por las tinieblas caminaba;
4 como era yo en los días de mi otoño, cuando vallaba Dios mi tienda,
5 cuando Sadday estaba aún conmigo, y en torno mío mis muchachos,
6 cuando mis pies se bañaban en manteca, y regatos de aceite destilaba la roca!
7 Si yo salía a la puerta que domina la ciudad y mi asiento en la plaza colocaba,
8 se retiraban los jóvenes al verme, y los viejos se levantaban y quedaban en pie.
9 Los notables cortaban sus palabras y ponían la mano en su boca.
10 La voz de los jefes se ahogaba, su lengua se pegaba al paladar.
11 Oído que lo oía me llamaba feliz, ojo que lo veía se hacía mi testigo.
12 Pues yo libraba al pobre que clamaba, y al huérfano que no tenía valedor.
13 La bendición del moribundo subía hacia mí, el corazón de la viuda yo alegraba.
14 Me había puesto la justicia, y ella me revestía, como manto y turbante, mi derecho.
15 Era yo los ojos del ciego y del cojo los pies.
16 Era el padre de los pobres, la causa del desconocido examinaba.
17 Quebraba los colmillos del inicuo, de entre sus dientes arrancaba su presa.
18 Y me decía: «Anciano moriré, como la arena aumentaré mis días.
19 Mi raíz está franca a las aguas, el rocío se posa de noche en mi ramaje.
20 Mi gloria será siempre nueva en mí, y en mi mano mi arco renovará su fuerza.
21 Me escuchaban ellos con expectación, callaban para oír mi consejo.
22 Después de hablar yo, no replicaban, y sobre ellos mi palabra caía gota a gota.
23 Me esperaban lo mismo que a la lluvia, abrían su boca como a lluvia tardía.
24 Si yo les sonreía, no querían creerlo, y la luz de mi rostro no dejaban perderse.
25 Les indicaba el camino y me ponía al frente, me asentaba como un rey en medio de su tropa, y por doquier les guiaba a mi gusto.
1 Mas ahora ríense de mí los que son más jóvenes que yo, a cuyos padres no juzgaba yo dignos de mezclar con los perros de mi grey.
2 Aun la fuerza de sus manos, ¿para qué me servía?; había decaído todo su vigor,
3 agotado por el hambre y la penuria. Roían las raíces de la estepa, lugar sombrío de ruina y soledad.
4 Recogían armuelle por los matorrales, eran su pan raíces de retama.
5 De entre los hombres estaban expulsados, tras ellos se gritaba como tras un ladrón.
6 Moraban en las escarpas de los torrentes, en las grietas del suelo y de las rocas.
7 Entre los matorrales rebuznaban, se apretaban bajo los espinos.
8 Hijos de abyección, sí, ralea sin nombre, echados a latigazos del país.
9 ¡Y ahora soy yo la copla de ellos, el blanco de sus chismes!
10 Horrorizados de mí, se quedan a distancia, y sin reparo a la cara me escupen.
11 Porque él ha soltado mi cuerda y me maltrata, ya tiran todo freno ante mí.
12 Una ralea se alza a mi derecha, exploran si me encuentro tranquilo, y abren hacia mí sus caminos siniestros.
13 Mi sendero han destruido, para perderme se ayudan, y nada les detiene;
14 como por ancha brecha irrumpen, se han escurrido bajo los escombros.
15 Los terrores se vuelven contra mí, como el viento mi dignidad es arrastrada; como una nube ha pasado mi ventura.
16 Y ahora en mí se derrama mi alma, me atenazan días de aflicción.
17 De noche traspasa el mal mis huesos, y no duermen las llagas que me roen.
18 Con violencia agarra él mi vestido, me aferra como el cuello de mi túnica.
19 Me ha tirado en el fango, soy como el polvo y la ceniza.
20 Grito hacia ti y tú no me respondes, me presento y no me haces caso.
21 Te has vuelto cruel para conmigo, tu mano vigorosa en mí se ceba.
22 Me llevas a caballo sobre el viento, me zarandeas con la tempestad.
23 Pues bien sé que a la muerte me conduces, al lugar de cita de todo ser viviente.
24 Y sin embargo, ¿he vuelto yo la mano contra el pobre, cuando en su angustia justicia reclamaba?
25 ¿No he llorado por el que vive en estrechez? ¿no se ha apiadado mi alma del mendigo?
26 Yo esperaba la dicha, y llegó la desgracia, aguardaba la luz, y llegó la oscuridad.
27 Me hierven las entrañas sin descanso, me han alcanzado días de aflicción.
28 Sin haber sol, ando renegrido, me he levantado en la asamblea, sólo para gritar.
29 Me he hecho hermano de chacales y compañero de avestruces.
30 Mi piel se ha ennegrecido sobre mí, mis huesos se han quemado por la fiebre.
31 ¡Mi cítara sólo ha servido para el duelo, mi flauta para la voz de plañidores!
1 Había hecho yo un pacto con mis ojos, y no miraba a ninguna doncella.
2 Y ¿cuál es el reparto que hace Dios desde arriba, cuál la suerte que manda Sadday desde la altura?
3 ¿No es acaso desgracia para el inicuo, tribulación para los malhechores?
4 ¿No ve él mis caminos, no cuenta todos mis pasos?
5 ¿He caminado junto a la mentira? ¿he apretado mi paso hacia la falsedad?
6 ¡Péseme él en balanza de justicia, conozca Dios mi integridad!
7 Si mis pasos del camino se extraviaron, si tras mis ojos fue mi corazón, si a mis manos se adhiere alguna mancha,
8 ¡coma otro lo que yo sembré, y sean arrancados mis retoños!
9 Si mi corazón fue seducido por mujer, si he fisgado a la puerta de mi prójimo,
10 ¡muela para otro mi mujer, y otros se encorven sobre ella!
11 Pues sería ello una impudicia, un crimen a justicia sujeto;
12 sería fuego que devora hasta la Perdición y que consumiría toda mi hacienda.
13 Si he menospreciado el derecho de mi siervo o de mi sierva, en sus pleitos conmigo,
14 ¿qué podré hacer cuando Dios se levante? cuando él investigue, ¿qué responderé?
15 ¿No los hizo él, igual que a mí, en el vientre? ¿no nos formó en el seno uno mismo?
16 Me he negado al deseo de los débiles? ¿dejé desfallecer los ojos de la viuda?
17 ¿Comí solo mi pedazo de pan, sin compartirlo con el huérfano?
18 ¡Siendo así que desde mi infancia me crió él como un padre, me guió desde el seno materno!
19 ¿He visto a un miserable sin vestido, a algún pobre desnudo,
20 sin que en lo íntimo de su ser me bendijera, y del vellón de mis corderos se haya calentado?
21 Si he alzado mi mano contra un huérfano, por sentirme respaldado en la Puerta,
22 ¡mi espalda se separe de mi nuca, y mi brazo del hombro se desgaje!
23 Pues el terror de Dios caería sobre mí, y ante su majestad no podría tenerme.
24 ¿He hecho del oro mi confianza, o he dicho al oro fino: «Tú, mi seguridad»?
25 ¿Me he complacido en la abundancia de mis bienes, en que mi mano había ganado mucho?
26 ¿Acaso, al ver el sol cómo brillaba, y la luna que marchaba radiante,
27 mi corazón, en secreto, se dejó seducir para enviarles un beso con la mano?
28 También hubiera sido una falta criminal, por haber renegado del Dios de lo alto.
29 ¿Del infortunio de mi enemigo me alegré, me gocé de que el mal le alcanzara?
30 ¡Yo que no permitía a mi lengua pecar reclamando su vida con una maldición!
31 ¿No decían las gentes de mi tienda: «¿Hay alguien que no se haya hartado con su carne?»
32 El forastero no pernoctaba a la intemperie, tenía abierta mi puerta al caminante.
33 ¿He disimulado mis culpas a los hombres, ocultando en mi seno mi pecado,
34 porque temiera el rumor público, o el desprecio de las gentes me asustara, hasta quedar callado sin atreverme a salir mi puerta?
35 ¡Oh! ¿quién hará que se me escuche? Esta es mi última palabra: ¡respóndame Sadday! El libelo que haya escrito mi adversario
36 pienso llevarlo sobre mis espaldas, ceñírmelo igual que una diadema.
37 Del número de mis pasos voy a rendirle cuentas, como un príncipe me llegaré hasta él.
38 Si mi tierra grita contra mí, y sus surcos lloran con ella,
39 si he comido sus frutos sin pagarlos y he hecho expirar a sus dueños,
40 ¡en vez de trigo broten en ella espinas, y en lugar de cebada hierba hedionda! Fin de las palabras de Job.