Mensaje Urbi et Orbi por Pascua
Pascua, 11 de abril de 2004
1. "Resurrexit, alleluia - ¡Ha resucitado, aleluya!". Este año el anuncio gozoso de la Pascua, escuchado con fuerza en la Vigilia de esa noche, nos llega también para hacer más firme nuestra esperanza. "Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado" (Lc 24,5-6). El Ángel consuela así a la mujeres que habían ido al sepulcro. Así nos repite a nosotros la liturgia pascual, hombres y mujeres del tercer milenio: ¡Cristo ha resucitado, Cristo está vivo entre nosotros! Su nombre es ya "el Viviente", "la muerte ya no tiene dominio sobre Él" (Rm 6,9).
2. ¡Resurrexit! Hoy Tú, Redentor del hombre, te levantas victorioso
del sepulcro para ofrecer también a nosotros, turbado por tantas sombras che
nos amenazan, tu promesa de gozo y de paz. A ti, Cristo, nuestra vida y nuestro
guía, se dirija quien esté tentado por el desánimo y la desesperación, para
escuchar el anuncio de la esperanza que no defrauda.
En este día de tu triunfo sobre la muerte, que la humanidad encuentre en ti, Señor,
la valentía de oponerse de manera solidaria a tantos males que nos afligen. Que
encuentre, en particular, la fuerza para hacer frente al inhumano, y por
desgracia extendido, fenómeno del terrorismo, que niega la vida y vuelve
perturbada e insegura la existencia cotidiana de tanta gente trabajadora y pacífica.
Que tu sabiduría ilumine a los hombres de buena voluntad
en el compromiso inevitable contra esta plaga.
3. Que la acción de las instituciones nacionales e internacionales, aceleren
la superación de las dificultades actuales y favorezca el progreso hacia una
organización más ordenada y pacífica del mundo. Que se confirme y consolide
la actividad de los responsables para lograr una solución satisfactoria de los
conflictos que perduran, que ensangrientan algunas regiones de África, Irak y
Tierra Santa. Tú, primogénito de muchos hermanos, haz que
cuantos se sienten hijos de Abraham descubran la fraternidad que los une y los
mueva a propósitos de cooperación y de paz.
4. ¡Escuchad todos los que os interesáis por el futuro del hombre! ¡Escuchad,
hombres y mujeres de buena voluntad! Que la tentación de la venganza abra paso
a la valentía del perdón; que la cultura de la vida y del amor haga vana la lógica
de la muerte; que la confianza vuelva a reanimar la vida de los pueblos. Si
nuestro futuro es único,
es un compromiso y un deber de todos construirlo con paciente y solícita
clarividencia.
5. "Señor, ¿a quién vamos a acudir?" Sólo Tú, que has
vencido a la muerte, "tienes Palabras de vida eterna" (Jn
6,68). A ti dirigimos con confianza nuestra oración, en la que invocamos también
tu consuelo para los familiares de las numerosas víctimas de la
violencia. Ayúdanos a trabajar sin cesar para que venga ese mundo más
justo y solidario
que Tú, resucitando, has inaugurado. En este esfuerzo está a nuestro lado
aquella que creyó que se cumplirían las Palabras del Señor (cf. Lc
1,45). ¡Dichosa tú, María, testigo silencioso de la Pascua! Tú, Madre del
Crucificado resucitado, que en la hora del dolor y de la muerte
tuviste encendida la lámpara de la esperanza, enséñanos también a nosotros a
ser, entre las contradicciones del tiempo que pasa, testigos convencidos y
gozosos del perenne mensaje de vida y de amor que trajo al mundo el Redentor
resucitado.