LA PRIMERA JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA
2 de febrero 1997
Estimados hermanos en el espiscopado,
queridas personas consagradas:
1. La celebración de la Jornada de la
vida consagrada, que tendrá lugar por primera vez el próximo 2 de febrero,
quiere ayudar a toda la Iglesia a valorar cada vez más el testimonio de quienes
han elegido seguir a Cristo de cerca mediante la práctica de los consejos evangélicos
y, al mismo tiempo, quiere ser para las personas consagradas una ocasión
propicia para renovar los propósitos y reavivar los sentimientos que deben
inspirar su entrega al Señor.
La misión de la vida consagrada en el
presente y en el futuro de la Iglesia, en el umbral del tercer milenio, no se
refiere sólo a quienes han recibido este especial carisma, sino a toda la
comunidad cristiana. En la exhortación apostólica post-sinodal Vita
consecrata, publicada el pasado año, escribía: "En realidad, la
vida consagrada está en el corazón mismo de la Iglesia como elemento
decisivo para su misión, ya que «indica la naturaleza íntima de la vocación
cristiana» y la aspiración de toda la Iglesia Esposa hacia la unión con el único
Esposo" (n. 3). A las personas consagradas, pues, quisiera repetir la
invitación a mirar el futuro con esperanza, contando con la fidelidad de Dios y
el poder de su gracia, capaz de obrar siempre nuevas maravillas: "¡Vosotros
no solamente tenéis una historia gloriosa para recordar y contar, sino una
gran historia que construir! Poned los ojos en el futuro, hacia el que el
Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas" (ib.,
110).
Los motivos de la Jornada de la Vida
Consagrada
2. La finalidad de dicha jornada es por tanto
triple: en primer lugar, responde a la íntima necesidad de alabar más
solemnemente al Señor y darle gracias por el gran don de la vida consagrada que
enriquece y alegra a la comunidad cristiana con la multiplicidad de sus carismas
y con los edificantes frutos de tantas vidas consagradas totalmente a la causa
del Reino. Nunca debemos olvidar que la vida consagrada, antes de ser empeño
del hombre, es don que viene de lo Alto, iniciativa del Padre, "que atrae a
sí una criatura suya con un amor especial para una misión especial" (ib.,
17). Esta mirada de predilección llega profundamente al corazón de la persona
llamada, que se siente impulsada por el Espíritu Santo a seguir tras las
huellas de Cristo, en una forma de particular seguimiento, mediante la asunción
de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia. Estupendo don.
"¿Qué sería del mundo si no
existieran los religiosos?", se
preguntaba justamente santa Teresa (Libro de la vida, c. 32,11). He aquí
una pregunta que nos lleva a dar incesantes gracias al Señor, que con este
singular don del Espíritu continúa animando y sosteniendo a la Iglesia en su
comprometido camino en el mundo.
3. En segundo lugar, esta Jornada
tiene como finalidad promover en todo el pueblo de Dios el conocimiento y la
estima de la vida consagrada.
Como ha subrayado el Concilio (cfr. Lumen
gentium, 44) y yo mismo he tenido ocasión de repetir en la citada exhortación
apostólica, la vida consagrada "imita más de cerca y hace presente
continuamente en la Iglesia la forma de vida que
Jesús, supremo consagrado y misionero del
Padre para su Reino, abrazó y propuso a los discípulos que le seguían"
(n. 22). Esta es, por tanto, especial y viva memoria de su ser
de Hijo que hace del Padre su único Amor -he
aquí su virginidad-, que encuentra en Él su exclusiva riqueza -he aquí su
pobreza- y tiene en la voluntad del Padre el "alimento" del cual se
nutre (cfr Jn 4,34) -he aquí su obediencia.
Esta forma de vida abrazada por Cristo y
actuada particularmente por las personas consagradas, es de gran importancia
para la Iglesia, llamada en cada uno de sus miembros a vivir la misma tensión
hacia el Todo de Dios, siguiendo a Cristo con la luz y con la fuerza del Espíritu
Santo.
La vida de especial consagración, en sus múltiples
expresiones, está así al servicio de la consagración bautismal de todos los
fieles. Al contemplar el don de la vida consagrada, la Iglesia contempla su íntima
vocación de pertenecer sólo a su Señor, deseosa de ser a sus ojos "sin
mancha ni arruga ni cosa parecida, sino santa e inmaculada" (Ef 5,27).
Se comprende así, pues, la oportunidad de
una adecuada Jornada que ayude a que la doctrina sobre la vida consagrada sea más
amplia y profundamente meditada y asimilada por todos los miembros del pueblo de
Dios.
4. El tercer motivo se refiere
directamente a las personas consagradas, invitadas a celebrar juntas y
solemnemente las maravillas que el Señor ha realizado en ellas, para descubrir
con más límpida mirada de fe los rayos de la divina belleza derramados por el
Espíritu en su género de vida y para hacer más viva la conciencia de su
insustituíble misión en la Iglesia y en el mundo.
En un mundo con frecuencia agitado y distraído,
la celebración de esta Jornada anual ayudará también a las personas
consagradas, comprometidas a veces en trabajos sofocantes, a volver a las
fuentes de su vocación, a hacer un balance de su vida y a renovar el compromiso
de su consagración. Podrán así testimoniar con alegría a los hombres y a las
mujeres de nuestro tiempo, en las diversas situaciones, que el Señor es el Amor
capaz de colmar el corazón de la persona humana.
Existe realmente una gran necesidad de que la
vida consagrada se muestre cada vez más "llena de alegría y de Espíritu
Santo", se lance con brío por los caminos de la misión, se acredite por
la fuerza del testimonio vivido, ya que "el hombre contemporáneo escucha más
a gusto a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros lo hace
porque son testigos" (Evangelii nuntiandi, n. 41).
En la fiesta de la Presentación del Señor
en el Templo
5. La Jornada de la Vida consagrada se
celebrará en la fiesta en que se hace memoria de la presentación que María y
José hicieron de Jesús en el templo "para ofrecerlo al Señor" (Lc
2, 22).
En esta escena evangélica se revela el
misterio de Jesús, el consagrado del Padre, que ha venido a este mundo para
cumplir fielmente su voluntad (cf Hb 10, 5-7). Simeón lo indica como "luz
para iluminar a las gentes" (Lc 2, 32) y preanuncia con palabra profética
la suprema entrega de Jesús al Padre y su victoria final (cf Lc 2, 32-35).
La Presentación de Jesús en el templo
constituye así un icono elocuente de la donación total de la propia vida por
quienes han sido llamados a reproducir en la Iglesia y en el mundo, mediante los
consejos evangélicos, "los rasgos característicos de Jesús virgen, pobre
y obediente" (Vita consecrata n. 1).
A la presentación de Cristo se asocia María.
La Virgen Madre, que lleva al Templo al Hijo
para ofrecerlo al Padre, expresa muy bien la figura de la Iglesia que continúa
ofreciendo sus hijos e hijas al Padre celeste, asociándolos a la única oblación
de Cristo, causa y modelo de toda consagración en la Iglesia.
Desde hace algunos decenios, en la Iglesia de
Roma y en otras diócesis, la festividad del 2 de febrero viene congregando
espontáneamente en torno al Papa y a los obispos diocesanos a numerosos
miembros de Institutos de vida consagrada y Sociedades de vida apostólica, para
manifestar conjuntamente, en comunión con todo el pueblo de Dios, el don y el
compromiso de la propia llamada, la variedad de los carismas de la vida
consagrada y su presencia peculiar en la comunidad de los creyentes.
Deseo que esta experiencia se extienda a toda
la Iglesia, de modo que la celebración de la Jornada de la vida consagrada reúna
a las personas consagradas junto a los otros fieles para cantar con la Virgen
María las maravillas que el Señor realiza en tantos hijos e hijas suyos y para
manifestar a todos que la condición de cuantos han sido redimidos por Cristo es
la de "pueblo a él consagrado" (Dt 28, 9).
Los frutos esperados para la misión de
toda la Iglesia
6. Queridos hermanos y hermanas, mientras
confío a la protección maternal de María la institución de la presente
Jornada, deseo de corazón que produzca frutos abundantes para la santidad y la
misión de la Iglesia. En particular, que ayude a la comunidad cristiana a
crecer en la estima por las vocaciones de especial consagración, a intensificar
la oración para obtenerlas del Señor, haciendo madurar en los jóvenes y en
las familias una generosa disponibilidad a recibir el don de la vocación. Se
verá beneficiada la vida eclesial en su conjunto y tomará fuerza la nueva
evangelización.
Confío que esta "Jornada" de oración
y de reflexión ayude a las Iglesias particulares a valorizar cada vez más
el don de la vida consagrada y a confrontarse con su mensaje, para encontrar el
justo y fecundo equilibrio entre acción y contemplación, entre oración y
caridad, entre compromiso en la historia y tensión escatológica.
La Virgen María, que tuvo el gran privilegio
de presentar al Padre a Jesúcristo, su Hijo Unigénito, como oblación pura y
santa, nos alcance estar constantemente abiertos y receptivos a las grandes
obras que Él mismo no cesa de realizar para el bien de la Iglesia y de la
humanidad entera.
Con estos sentimientos y deseando a las
personas consagradas perseverancia y alegría en su vocación, imparto a todos
la bendición apostólica.
Vaticano, 6 de enero de 1997