MENSAJE PARA LA XXXIX JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES.
21 DE ABRIL 2002.- IV DOMINGO DE PASCUA
Tema: "La vocación a la santidad"
Venerables Hermanos en el Episcopado,
queridos Hermanos y Hermanas:
En
la Carta apostólica Novo millennio
ineunte he invitado a poner “la
programación pastoral en el signo de la santidad”, para “expresar la
convicción de que si el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de
Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu,
sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética
minimalista y una religiosidad superficial…Es el momento de proponer de nuevo
a todos con convicción este “alto grado” de la vida cristiana ordinaria: la
vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en
esta dirección” (n° 31).
Tarea
primaria de la Iglesia es acompañar a los cristianos por el camino de la
santidad, con el fin de que iluminados por la inteligencia de la fe, aprendan a
conocer y a contemplar el rostro de Cristo y a redescubrir en Él la auténtica
identidad y la misión que el Señor confía a cada uno. De tal modo que lleguen
a estar “edificados sobre el fundamento
de los apóstoles y de los profetas, teniendo como piedra angular al mismo
Jesucristo. En Él cada construcción crece bien ordenada para ser templo santo
en el Señor” (Ef. 2. 20-21).
La
Iglesia reúne en sí todas las vocaciones que Dios suscita entre sus hijos y se
configura a sí misma como reflejo luminoso del misterio de la Santísima
Trinidad. Como “ pueblo congregado por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo”, lleva en sí el misterio del Padre que llama a todos a santificar su
nombre y a cumplir su voluntad; custodia el misterio del Hijo que, mandado por
el Padre a anunciar el reino de Dios, invita a todos a seguirle; es depositaria
del misterio del Espíritu Santo que consagra para la misión que el Padre ha
elegido mediante su Hijo Jesucristo.
Porque
la Comunidad eclesial es el lugar donde se expresan las diversas vocaciones
suscitadas por el Señor, en el contexto de la Jornada Mundial, que tendrá
lugar el próximo 21 de abril, IV Domingo de Pascua, se desarrollará el tercer
Congreso Continental por las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida
consagrada en Norteamérica. Me alegro de dirigir a los promotores y a los
participantes mis benevolentes saludos y de expresar viva complacencia por una
iniciativa que afronta uno de los problemas cruciales de la Iglesia que existe
en América y por la Nueva Evangelización del Continente. Invito a todos, para
que encuentro tan importante pueda suscitar un renovado empeño en el servicio
de las vocaciones y un entusiasmo más generoso entre los cristianos del
“Nuevo Mundo”.
2.
La Iglesia es “casa de la santidad” y
la caridad de Cristo, difundida por el Espíritu Santo, constituye su alma. Por
ella todos los cristianos deben ayudarse recíprocamente en descubrir y realizar
su vocación a la escucha de la Palabra de Dios, en la oración, en la asidua
participación a los Sacramentos y en la búsqueda constante del rostro de
Cristo en cada hermano. De tal modo cada uno, según sus dones, avanza en el
camino de la fe, tiene pronta la esperanza y obra mediante la caridad (Cf.
Lumen gentium, 4.1) mientras la Iglesia “revela
y revive la infinita riqueza del misterio de Jesucristo (Christifideles laici, 55)
y consigue que la santidad de Dios entre en cada estado y situación de vida,
para que todos los cristianos lleguen a ser operarios de la viña del Señor y
edifiquen el Cuerpo de Cristo.
Si
cada vocación en la Iglesia está al servicio de la santidad, algunas, sobre
todo, como la vocación al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada lo son
de modo especialísimo. Es a estas vocaciones a las que invito a mirar hoy con
particular atención, intesificando su oración por ellas.
La
vocación al ministerio sacerdotal “es
esencialmente una llamada a la santidad, en la forma que brota del sacramento
del Orden. La santidad es intimidad con Dios,
es imitación de Cristo pobre, casto, y humilde; es amor sin reserva a
las almas y donación al verdadero bien; es amor a la Iglesia que es santa y nos
quiere santos, porque tal es la misión que Cristo le ha confiado” (Pastores
dabo vobis, 33). Jesús llama a los Apóstoles ”
para que estén con Él”.(Mc 3,14) en una intimidad privilegiada
(cfr Lc 8, 1- 2; 22, 28). No sólo
los hace partícipes de los misterios del Reino de los cielos (Cfr Mt.13,16-18)
sino que espera de ellos una fidelidad más alta y acorde con el ministerio
apostólico al que les llama. Les exige una
pobreza más rigurosa (Cfr. Mt 19,
22-23), la humildad del siervo que se hace el último de todos (cfr. Mt.
20, 25-27).
Les pide la fe en los poderes recibidos (Cfr. Mt.17,19-21, la oración y el
ayuno como instrumentos eficaces de apostolado (cfr.
Mc 9, 29) y el desinterés: “Gratuitamente
habéis recibido, dad gratuitamente ”. (Mt.
10, 8). De
ellos espera la prudencia unida a la simplicidad y a la rectitud moral (cfr. Mt.
10, 26-28) y el abandono a la Providencia (Cfr.
Lc 9, 1-3); 19, 22-23). No debe faltarles la conciencia de la
responsabilidad asumida, en cuanto administradores de los sacramentos instituídos
por el Maestro y operarios de su viña (cfr. Lc
12, 43-48).
La
vida consagrada revela la íntima naturaleza de cada vocación cristiana a la
santidad y la tensión de toda la Iglesia-Esposa hacia Cristo, “su único
Esposo”. “La profesión de los
consejos evangélicos está intimamente conectada con el misterio de Cristo,
teniendo el deber de hacerlos presentes en la forma de vida que ellos elijan, añadiéndolo
como valor absoluto y escatológico (Vita consecrata, 29).
Las vocaciones a
estos estados de vida
son dones preciosos y necesarios, que atestiguan
también hoy el seguimiento de Cristo casto, pobre y obediente, el
testimonio del primado absoluto de Dios y el servicio a la humanidad en el
estilo del Redentor representan caminos privilegiados hacia una plenitud de vida
espiritual.
La
escasez de candidatos al sacerdocio y a la vida consagrada, que se registra en
algunos contextos de hoy, lejos de conducirnos a exigir menos y a contentarse
con una formación y una espiritualidad mediocres, debe impulsarnos sobre todo a
una mayor atención
en la selección y en la formación de cuantos, una vez constituídos
ministros y testigos de Cristo, estén llamados a confirmar con la santidad de
vida lo que anuncian y celebran.
3. Es necesario poner en evidencia todos los medios para que las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, esenciales para la vida y la santidad del Pueblo de Dios, estén continuamente en el centro de la espiritualidad de la acción pastoral y de la oración de los fieles.
Los
Obispos y presbíteros sean, primeramente los testigos de la santidad del
ministerio recibido como don. Con la vida y la enseñanza muestren el gozo de
seguir a Jesús, Buen Pastor y la eficacia renovadora del misterio de su Pascua
de redención. Hagan visible con su ejemplo, de modo particular a las jóvenes
generaciones, la entusiasmante aventura reservada a quien, sobre las huellas del
Divino Maestro, elige pertenecer completamente a Dios y se
ofrezce a sí mismo para que cada hombre pueda tener vida en abundancia.
(Cfr. Jn 10, 10).
Consagrados
y consagradas, que viven “en el mismo
corazón de la Iglesia como elemento decisivo para su misión” (Vita
consecrata, 3), muestren que su existencia está sólidamente radicada en
Cristo, que la vida religiosa es “casa
y escuela
de comunión” (Novo millennio ineunte, 43), que en su humilde y fiel
servicio al hombre aliente aquella “fantasía
de la caridad” (ibid., 50) que el Espíritu Santo mantiene siempre viva en
la Iglesia. ¡No olviden que en el amor a la contemplación, en el gozo de
servir a los hermanos, en la castidad vivida por el Reino de los Cielos, en la
generosa dedicación a su ministerio reside la fuerza de cada propuesta
vocacional!
Las
familias están llamadas a jugar un papel decisivo para el futuro de las
vocaciones en la Iglesia. La santidad del amor esponsal, la armonía de la vida
familiar, el espíritu de fe con el que se afrontan los problemas diarios de la
vida, la apertura a los otros, sobre todo a los más pobres, la participación
en la vida de la comunidad cristiana constituyen el ambiente adecuado para la
escucha de la llamada divina y para una generosa respuesta de parte de los
hijos.
4.
“Rogad pues, al dueño de la mies para
que eníe operarios a su mies” ( Mt. 9,38; Lc
10, 2) En obediencia al mandato de Cristo, cada Jornada Mundial se caracteriza
como momento de oración intensa, que compromete a la Comunidad
cristiana entera en una incesante y fervorosa invocación a Dios por las
vocaciones. ¡Qué importante es que las comunidades cristianas lleguen a ser verdaderas
escuelas de oración (Cfr. Novo
millennio ineunte, 33), capaces de educar en el diálogo con Dios y formar a
los fieles en abrirse siempre más al amor
con que
el Padre “ha amado tanto al mundo hasta
mandar a su Hijo unigénito” (Jn 3, 16)!
La oración cultivada y vivida ayudará a dejarse guiar por el Espíritu
de Cristo para colaborar en la edificación
de la Iglesia en la caridad. En tal ambiente, el discípulo crece en el
deseo ardiente que cada hombre encuentra en Cristo y alcanza la verdadera
libertad de los hijos de Dios. Tal deseo conducirá al creyente, bajo el ejemplo
de María, a estar disponible para pronunciar un “sí” lleno y generoso al
Señor que le llama a ser ministro de la Palabra, de los Sacramentos y de la
Caridad, o pueda ser signo viviente de la vida casta, pobre y obediente de
Cristo entre los hombres de nuestro tiempo.
El
Dueño de la mies
haga que no falten en su Iglesia numerosas y santas vocacions
sacerdotales y religiosas!
Padre
Santo: mira nuestra humanidad,
que da los primeros pasos en el camino del tercer milenio.
Su vida sigue marcada fuertemente todavía
por el odio, la violencia, la opresión,
pero el hambre de justicia, de verdad y de gracia,
encuentra espacio
en el corazón
de tantos,
que esperan la salvación,
llevada a cabo por Ti, por medio de tu Hijo Jesús.
Necesitamos mensajeros animosos del Evangelio,
siervos generosos de la humanidad sufriente.
Envía a tu Iglesia, te rogamos,
presbíteros santos, que santifiquen a tu pueblo
con los instrumentos de tu gracia.
Envía numerosos
consagrados
que muestren tu santidad en medio del mundo.
Envía a tu viña, santos operarios
que trabajen con el ardor de la caridad
y, movidos por tu Espíritu Santo,
lleven la salvación de Cristo
hasta los últimos confines de la tierra. Amén,
En Castel Gandolfo, 8 de septiembre del 2001