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Homilía del 1º de Mayo de  2002

 

GLOBALIZAR LA SOLIDARIDAD

Al celebrar el 1º de mayo el Día del Trabajo , la Iglesia recuerda a San José Obrero, esposo de la Virgen María, padre adoptivo de Jesucristo, el Hijo de Dios.

 En este día de reflexión y de oración, un saludo fraterno para todas las autoridades, los diversos dirigentes sindicales y para los empresarios.  Saludo de la Iglesia a todos los hombres y mujeres, que en los diferentes niveles y responsabilidades  trabajan con honestidad y generosidad por el desarrollo integral de todos los habitantes.  Un saludo especial a los trabajadores enfermos y ancianos, que dieron lo mejor de si en el pasado.

En este mes celebraremos la Semana Social y reflexionaremos acerca del fenómeno de la globalización y sus implicancias éticas.

Hoy queremos iniciar esa reflexión y procurar una mirada evangélica a estos grandes problemas.  La mirada a Jesucristo, el  Hijo del Carpintero, ilumina toda nuestra existencia.

¿Qué entendemos por el fenómeno de la globalización?

Se trata de un proceso de unificación de los mercados y de  homogeneización  de la producción mundial, según el modelo capitalista.  La cibernética y la informática orientan y dinamizan todo este proceso, afectando, no sólo a la esfera económica, sino también a  la política, la social  y a la cultural.

El proceso de globalización recibió un gran impulso a fines de los años 80, con la caída del Muro de Berlín y el  final de la Guerra Fría.  La ruptura de las fronteras nacionales libera energías antes contenidas: los mercados se amplían, el capital  se transnacionaliza, se difunden por todo el mundo multitud de productos y se socializan usos, costumbres, valores y contravalores propios del modelo de vida capitalista.

Pero surgen también interrogantes sobre sus resultados concretos y sobre todo, emergen nuevos y graves problemas:  el narcotráfico, el lavado del dinero sucio, el contrabando, el tráfico de armas, aumentan el terrorismo, los secuestros, las nuevas amenazas a la ecología por los desechos nucleares y la contaminación creciente.

Nos guste o no, más allá de interpretaciones favorables o recriminatorias, el fenómeno de la globalización es un hecho que está teniendo inmensas repercusiones a nivel mundial, con consecuencias muy profundas, no solamente en el área del comercio o de la economía, sino en todas las áreas económico-sociales y políticas de nuestra sociedad.

 ¿Qué pensar, desde la óptica creyente frente a este fenómeno?  La mirada a nuestro Dios, que quiere que todos los seres humanos tengan vida y vida en abundancia y a las palabras del Magisterio de su Iglesia, nos iluminarán en este fenómeno llamado de la globalización.

 Para nosotros los creyentes, todo ser humano,  por el mismo hecho de serlo, goza de una dignidad inalienable.          Dios creó  al hombre y a la mujer a  su imagen y semejanza (Gen 1, 27) Y Jesús nos dice:  “Les aseguro que todo lo que hicieron por estos hermanos míos más humildes, por mi lo hicieron” (Mt. 25, 40).  Debemos amar al otro por la simple razón de ser “otro”.  Por lo tanto, la marginación, la exclusión y la pobreza contradicen radicalmente la dignidad de las personas y el mandato universal del amor.  En la medida en que el  modelo neoliberal excluye, en forma directa y sistemática, a tantas y tantas personas de una participación humana y equitativa, se aleja y enfrenta al proyecto de Jesús.

 Por eso para Juan Pablo II son fundamentales en la globalización las exigencias éticas: “Si no hay ética – nos dice – el desarrollo será salvaje”.  Es urgente volver a lo humano.  El énfasis se ha puesto en el mero crecimiento y desarrollo económico, reduciendo las complejas y variadas apetencias del ser humano a  las de tipo material.  El desarrollo no puede limitarse a la acumulación de riquezas.  La economía y los economistas no pueden ser los máximos rectores de la política de nuestros países.  La política es el conjunto de propuestas y actividades ordenadas  al bien común de la sociedad.

La satisfacción de las necesidades humanas fundamentales es el fin primario de la economía.  El fin de una economía humana no es el lucro ni la máxima rentabilidad.  Una economía justa tiene que ser una economía orientada hacia la satisfacción de las necesidades humanas, lejos de los falsos criterios consumistas cuyos fines se reducen a la obtención  de las satisfacciones superfluas, efímeras o suntuarias.  El lucro excesivo se realiza muchas veces con la manipulación de las necesidades ajenas.  El ansia desmedida de lucro es uno  de los  errores básicos del liberalismo económico, provocando una economía de  interés exclusivamente individualista que profundiza, cada vez más la brecha que separa  a las clases privilegiadas de los pobres.  Juan Pablo II en su carta acerca de la preocupación por la  cuestión  social reitera todos estos conceptos; recuerda la validez de la propiedad privada, pero añade “que sobre ella grava una hipoteca social, es decir, posee una función social fundada y justificada precisamente sobre el principio  del destino universal de los bienes”.

Y es el mismo Juan Pablo II que en su Mensaje de la Paz de Enero de 1998 acuñó el término “Globalizar la Solidaridad”.  El Papa comienza su mensaje reconociendo  el fenómeno de la globalización de la economía y de las finanzas como una realidad que se expande con suma rapidez.  “Estamos – dice- en los umbrales de una nueva era que conlleva, a la vez, grandes esperanzas e inquietantes puntos interrogativos”.

 Lo que preocupa, pues  al Papa, no es la globalización en si, sino es el impacto negativo que está teniendo sobre los pobres, como personas y como países.

 Los organismos internacionales -dice el Papa- deben promover el sentido de responsabilidad respecto al bien común  para lograr una sociedad más equitativa en un mundo que se encamina hacia la globalización.  Nunca se debe perder de vista la centralidad de la persona humana, que debe ser siempre el fundamento de todo proyecto social.  Hay que construir una verdadera comunidad mundial, basada en la confianza recíproca y el mutuo respecto.  El gran desafío actual consiste en construir una globalización en la solidaridad, una globalización que a nadie deje al margen.

Si el objetivo es “Construir una globalización sin  dejar a nadie al margen” , no se podrá tolerar el que  un acaudalado viva al lado de un miserable y que unos pocos despilfarren lo que los otros necesitan desesperadamente para vivir. 

Es necesario crear “redes globales de solidaridad” de la sociedad civil, redes de organizaciones de derechos humanos, redes de medios de comunicación alternativos, redes ecuménicas de Iglesias, redes de defensa y protección del medio ambiente, redes de Bancos populares para democratizar el crédito, redes para defender el derecho a la vida y a una vida digna.

Iniciativas en el campo de la salud, de la educación,  de la vivienda.  El gran reto actual es el de inventar estas redes de solidaridad hacia una transformación humanizante de nuestra  sociedad.

Podríamos resumir lo dicho diciendo que la nueva sociedad que soñamos y por la que luchamos desde nuestra visión cristiana del mundo y de la economía  y desde una opción clara y solidaria por los más pobres, se caracteriza por las siguientes primacías:

·        PRIMACIA DE LA VIDA SOBRE CUALQUIER OTRO    VALOR.

·        PRIMACIA DE LA PERSONA SOBRE TODO PODER.

·        PRIMACIA DE LA ETICA SOBRE LA TECNICA.

·       PRIMACIA DEL TRABAJO SOBRE EL CAPITAL

·        PRIMACIA DE LA JUSTICIA SOBRE EL ORDEN.

El día del Trabajo es un día de reflexión y para nosotros creyentes además, un momento de oración intensa y profunda, y de compromiso consecuente en la vida de cada día para construir un  mundo como lo quiere nuestro Dios: un mundo en que todos puedan participar con dignidad en el banquete de la vida.

A Jesucristo, el Hijo de María, a quien cuidó con amor su padre adoptivo José, y nos trajo el Proyecto del Reino y que nos lo dejó como tarea hasta su segunda venida, honor y gloria  por lo siglos de los siglos. Amén.

30 de Abril 2002.-

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