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  CELEBREMOS GOZOSOS EL ENCUENTRO CON EL SEÑOR

 

A toda la comunidad diocesana

Hace un año y medio que estoy entre ustedes como Pastor. En la recordada celebración de los 40 años de la creación de nuestra iglesia diocesana les decía, entre otros conceptos: "El Señor nos pide ser una Iglesia que celebra su fe, sobre todo al partir el pan de la Eucaristía, sacramento de unidad y de compromiso en la construcción del Reino. Una Iglesia, que en pueblos y ciudades, se reúne para celebrar el día del Señor, con alegría y esperanza" (18 - XI -1995).

Uno de los grandes gozos en mi servicio pastoral a esta iglesia de San Mateo de Osorno, es la de compartir frecuentemente junto a ustedes, en sus parroquias, comunidades y otros lugares de culto, el amor al Señor Resucitado. He celebrado la fe con ustedes en todas las sedes parroquiales, en algunas, varias veces; en capillas urbanas y rurales. Aún me faltan muchas, a las cuales, espero, con la gracia de Dios, visitar y juntos, con alegría, bendecir y alabar el amor de Dios.

Esta alegría brota de la renovación, en cada celebración, de la experiencia de sentimos pueblo de Dios, gratuitamente elegido enviado a proclamar las maravillas del Señor. Es la experiencia de la fraternidad renovada, de la vida compartida, del perdón generoso que nos hace revivir, del compromiso en la transformación de nuestro mundo, de la esperanza activa y luchadora, del amor siempre joven o que, habiéndose cansado, rejuvenece; de la palabra compartida y del corazón amante que habla en el silencio, es la alegría que nos lleva a decir con el salmista: "¡Qué bueno y agradable cuando están junto los hermanos (Sal. 133,1)

Es, en definitiva, la alegría del Espíritu que ha sido derramado en nuestros corazones y que nos hace decir: "¡Abba, Padre!"(Gál. 4,6; Rom 8,15). Es la alegría de la presencia del Señor y del encuentro con él junto a los hermanos: es Él quien nos convoca y reúne; es Él quien está presente en medio nuestro, en su Iglesia; es Él quien nos habla y escucha; es Él quien comparte su propia vida con nosotros, nos, da su Espíritu, nos reconcilia, nos transforma y renueva; es Él quien nos envía a nuestro inundo, a la vida cada día, compartiendo su propia misión. Es el Señor Jesús!

Es difícil describir la riqueza y la novedad de este encuentro con el Señor Jesús: es un bullir de sentimientos y convicciones, de recuerdos y de anhelos, que las palabras apenas consigue dar una idea de la vivencia.

Esta experiencia es la que se renueva, en diversos modos e intensidad, en cada una de nuestras celebraciones. Aquí está la riqueza y el misterio de nuestra liturgia. ¡Es el Señor!

Desde esta experiencia de profunda alegría es que quisiera invitarlos a que reflexionáramos juntos sobre nuestra vida litúrgica; que miremos la realidad de nuestras celebraciones y valoremos todo lo que nos ha dado la renovación litúrgica y el crecimiento que ha significado en nuestra vida eclesial; también, que nos hagamos cargo de algunas deficiencias a superar, de modo que nuestras diversas celebraciones de la fe sean cada vez más encuentro personal y comunitario con el Señor que nos convoca como Iglesia, nos transforma y renueva, y nos envía.

1) LA CELEBRACIÓN DE LA FE EN JESUCRISTO

La Iglesia, desde sus inicios, desde aquellos que el día de Pentecostés acogieran la palabra y fueron bautizados(cf. He. 2,41), y desde aquella primera comunidad que en Jerusalén "acudía asiduamente a la enseñanza de los Apóstoles, a la convivencia, a la fracción del pan y a las oraciones"(He. 2,42) no ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascua¡ de Jesucristo: "leyendo cuanto a El se refiere en toda la Escritura(Lc. 24,27), celebrando la Eucaristía en la cual se hace presente la victoria y el triunfo de su muerte, y dando gracias al mismo tiempo a Dios por el don inefable(2 Cor. 9, 15)en Cristo Jesús, para alabar su gloria(Ef. 1,12), por la fuerza del Espíritu Santo"(C.V.II; Doc. Liturgia 6.).

En la Liturgia, la Iglesia celebra este misterio en el que reconoce y acoge el don gratuito de la salvación, y, por tanto, en el que reconoce su propio origen, su vida y su anuncio: ¡Es el Señor!

La Iglesia celebra, y quiere hacerlo en toda la riqueza festiva del término, pues es el encuentro con el Señor Resucitado, es la fiesta del Crucificado que en su resurrección nos da vida. La Liturgia es, pues, la celebración festiva de Cristo mismo que celebra con nosotros; es la presencia del Señor Resucitado en su Iglesia la que anima la celebración festiva de la comunidad reunida.

La liturgia, como fiesta de los cristianos con Jesucristo, celebra, por tanto su paso liberador en nuestro hoy, en nuestras vidas, en nuestra historia personal y comunitaria; es, pues, la celebración festiva con Aquél que "está haciendo nuevas todas las cosas"(Apoc. 21, 5).

Esta presencia del Señor es el misterio que la Iglesia celebra: misterio en el sentido de aquella realidad trascendente e inefable presente, en los signos de la celebración, aquello que "ni el ojo vio, ni el oído escuchó, ni a nadie se le ocurrió pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman"(1 Cor. 2, 2).

La celebración litúrgica, en su doble e inseparable dimensión de fiesta y misterio vivido en la fe en Cristo Jesús, es, pues el memorial de la entrega pascual; memorial que consiste en el que el hecho, conmemorado es reintroducido en nuestra historia, aquí y ahora, no como un simple recuerdo o evocación, sino como una presencia viva y operante: Es el Señor! Como dice un destacado liturgista: "La presencia segura del Señor en la asamblea es la que viene animando la fiesta cristiana. Esta presencia es misterio y es fiesta. Misterio, en el sentido de realidad trascendente presente bajo signos; fiesta, en cuanto que es gozosa, exuberante y fraternal afirmación de la vida porque Cristo la anima" (A. de Pedro "Misterio y Fiesta")

Son muchas las actividades que llenan la vida de la Iglesia. La Liturgia no es nuestra única actividad(S.C.9). Allí está la predicación, la catequesis, la solidaridad con los obres y marginados, las tareas de promoción y significación de la persona humana, etc. Sin embargo, como lo ha formulado el Concilio Vaticano II, "la liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana su fuerza"(S.C. 10).

Es en la celebración de la fe donde el pueblo convocado por el Señor vive, en modo particular, el encuentro personal y comunitario con el Dios de la Vida que nos constituye como su pueblo, nos transforma y nos envía. Al mismo tiempo, toda la actividad de la Iglesia se ordena hacia la glorificación de Dios, la cual tiene su expresión en la alabanza de la celebración litúrgica.

Entendida y vivida de este modo, la Liturgia, es decir, el misterio que celebramos, no nos aparta de la vida ni de las contingencias históricas, no es evasión o refugio intimista, sino que nos introduce de lleno en las realidades de este mundo, amado por Dios desde la fuente originaria de ese amor, para que toda nuestra acción transformadora del mundo sea un dar gloria a Dios y este mundo - toda nuestra vida - sea una alabanza a Dios.

Desde este horizonte del misterio que celebramos en la liturgia, es que el Papa Juan Pablo II nos dice: "La sagrada liturgia ha de ser siempre el centro de la vida de la Iglesia. Ninguna otra acción pastoral, por urgente e importante que parezca, puede desplazar a la liturgia de su lugar central. Cuiden, pues, que la liturgia sea digna, atractiva, participada; que en su espíritu reverente lleve a la adoración; que se realice con fidelidad a las normas impartidas por la Sede Apostólica. Para ello es de importancia decisiva el papel del sacerdote, que en todo momento ha de ser el pedagogo lleno de vida interior que comunica un profundo sentido de oración de unión con Dios, y para hacer que el Misterio Pascual se haga vivo y operante en las parroquias, en las comunidades, en el corazón de los fieles"(a los Obispos de Chile 1989).

 

2. CRECIMIENTOS Y LOGROS EN NUESTRA CELEBRATIVA

El proceso de renovación litúrgico que viene viviendo la Iglesia desde el Concilio Vaticano II, ha dado frutos espléndidos en la vida de la Iglesia universal.

En la vida de nuestra Iglesia diocesana, la renovación litúrgica ha dinamizada muchos otros aspectos de la vida eclesial, pues ha acrecentado nuestra vivencia de Pueblo de Dios al servicio del Reino.

Me parecen particularmente significativos algunos crecimientos en nuestra vida celebrativa, y quisiera compartirlos con ustedes. Sin duda que ustedes mismos podrían agregar otros logros y explicitar los que les señalo:

a) Uno de los mayores crecimientos en nuestra vida celebrativa es lo que se refiere a la dimensión comunitaria de la liturgia. La celebración litúrgica es ricamente vivida como acción de todo el pueblo de Dios que celebra el misterio de la fe.

b) El crecimiento en la dimensión comunitaria de la liturgia se expresa en la riqueza de la participación laical; en las oraciones y cantos, en los gestos y silencios que marcan el ritmo celebrativo, en la acogida de la Palabra y en la participación consciente a la vida sacramental, fruto, sin duda, de las diversas catequesis sacramentales.

c) Es un signo de gran vitalidad el que se percibe en muchas comunidades que se preocupan de tener un Equipo al servicio de la vida celebrativa; comunidades que se esmeran por celebrar con sencillez y hermosura el encuentro con el Señor Jesús; es algo que se nota en la preparación de los lectores, en la elección de los cantos y la participación de la comunidad en ellos, en la presencia de animadores y guías de la celebración que saben lo que están haciendo, en el arreglo del lugar de la celebración, etc.

d) Se da una valorización del domingo como "día del Señor". Un signo de esta valorización es la permanencia y desarrollo de las celebraciones dominicales en ausencia del Presbítero. El ideal es que cada comunidad celebre el día del Señor. La Eucaristía, es la manera óptima, pero cuando ello no es posible, persiste el llamado divino de "santificar el día del Señor"(a este respecto recomiendo vivamente la lectura del documento de la Congregación para el Culto Divino y de la C. Nacional de Liturgia titulado: "La Asamblea dominical en ausencia del Presbítero; Directorio Pastoral y subsidios litúrgicos". (Ed. Paulinas, Colección "El Pueblo Celebra").

e) En general, se percibe una vida celebrativa que busca acoger toda la riqueza de la vida de la comunidad; acoger en la oración los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de nuestro mundo y presentarlas al Padre; es el intento serio de vivir la historia hecha oración, y que la oración dinamice nuestra historia. Es de notar aquí el crecimiento en una espiritualidad litúrgico, que va dando mayor unidad a toda la vida cristiana.

f) En muchas comunidades se siente una verdadera "hambre de Dios", un deseo profundo de un encuentro íntimo con Jesucristo, deseo que se expresa en la lectura de la Palabra de Dios, en un crecimiento en la oración de alabanza, un mayor sentido de lo gratuito en el encuentro con Dios. El recientemente creado "Centro de Espiritualidad" en memoria del recordado primer Obispo de Osorno Mons. Francisco Valdés S., apoyará con diversas acciones este deseo de intimidad con Dios.

g) La presencia de acólitos en casi todas las parroquias y comunidades es un hermoso signo de incorporación a las celebraciones de la fe - en una participación activa - de nuestros niños y jóvenes.

h) Es un signo eclesial de gran importancia, el que se vive a través de diversas celebraciones diocesanas bien preparadas y que van expresando de manera clara el sentido de Iglesia Local, como son por ejemplo la Misa Crismal del Miércoles Santo, la celebración del Día del Trabajo, el Día del Catequista, la Oración por Chile en Setiembre, el 8 de Diciembre, la Jornada por la Paz, etc.; son momentos fuertes de oración y de unidad diocesana.

i) En algunas parroquias he podido ver que algunos laicos con mayor responsabilidad en las tareas pastorales, con sus religiosas y sacerdotes, celebran frecuentemente durante la semana la Santa Misa, constituyendo así una hermosa comunidad eucarística, que vitaliza la fe, la esperanza, la dimensión sobrenatural, la fraternidad etc. de sus miembros. Todo ello les da una vitalidad extraordinaria para la acción apostólica.

Esta enumeración no pretende ser exhaustiva y, seguramente muchas comunidades podrían agregar otros crecimientos que han experimentado en su vida celebrativa y, desde allí, en toda su vida eclesial.

Los crecimientos señalados, y los que habría que agregar, nos invitan a dar gracias a Dios por este paso de su Espíritu que renueva nuestra iglesia diocesana y, al mismo tiempo, valorar y agradecer el trabajo de tantos agentes pastorales que van haciendo posible esta renovación.

3. ALGUNAS DEFIENCIAS A SUPERAR

Quisiera, también, compartirles algunas deficiencias a superar en nuestra vida celebrativa, y que me ha tocado experimentar en celebraciones en parroquias, comunidades, movimientos, colegios. Son situaciones que tienden a disminuir la dimensión celebrativa o mistérica - o ambas a la vez - de nuestra Liturgia, debilitándose así el encuentro personal y comunitario con el Señor.

Sin duda, no todas las situaciones que señalo tienen la misma importancia. Algunas tocan el núcleo de la celebración, otras van orientadas a procurar una mejor adaptación para la comunidad que celebra, y otras se refieren a la necesaria sensibilidad que permite celebrar con sencillez y hermosura; pero, en modos muy diversos, todas ellas afectan y debilitan nuestra celebración del misterio de la fe.

Al mismo tiempo, es importante tener presente que en la vida eclesial hay diversos niveles celebrativos marcados por el tipo de asamblea o por la ocasión de la celebración.

Una Eucaristía parroquias dominical tiene características diversas a una celebración de un funeral con "practicantes ocasionales", de una "Eucaristía doméstica" para una pequeña comunidad. En los diversos casos, un verdadero sentido litúrgico que acoge y respeta la unidad sustancial de la celebración, después de un adecuado discernimiento pastoral, podrá llevar a las necesarias adaptaciones que pedagógicamente introducen a la comunidad en el misterio que celebramos.

3. 1. En primer lugar, quisiera referirme a algunos elementos que están en el núcleo de la celebración, y en los que debemos tener particular atención. Se trata en primer lugar, de las plegarias eucarísticas, las cuales constituyen el centro de la liturgia eucarística y suponen una muy rica tradición de la Iglesia. El nuevo Misal pone a nuestra disposición 10 plegarias eucarísticas, y además 3 para la celebración con niños, que ofrecen con sencillez y hermosura una gran riqueza espiritual.

Evitemos ahogarnos el derecho, que no corresponde a quien preside, ni tampoco a la comunidad que celebra, de improvisar, alterar o modificar estas plegarias, profundas en contenido teológico, litúrgico, eclesial y pastoral. Varias de estas plegarias tienen una unidad temática con el prefacio, que siempre debe ser proclamado y nunca reemplazado por otro.

El relato de la institución de la Eucaristía también constituye una unidad, que no debe ser interrumpido con cánticos.

Al término de la Consagración la liturgia prevé la posibilidad de cantos de aclamación adecuados. No corresponde aquí otro tipo de cánticos.

Procuremos ser cuidadosos en todo lo que se refiere a la Palabra de Dios y su proclamación. Alimentemos nuestra fe a través del ciclo del leccionario que nos introduce en la globalidad del misterio cristiano acogiendo la totalidad del mensaje revelado.

En la búsqueda de iluminar la situación de la comunidad que celebra, las normas litúrgicas nos señalan las ocasiones en que podemos cambiar las lecturas del día por otras que la Iglesia nos propone. Recordemos que en modo alguno es conforme con la práctica litúrgica de la Iglesia el sustituir alguna lectura bíblica con textos profanos, por muy hermosos que sean. Procuremos que la Palabra sea bien proclamada por los lectores convenientemente preparados. Improvisar lectores, al momento de celebrar, disminuye la fuerza de la Palabra.

El salmo responsorial es una respuesta a la primera lectura. No debe ser sustituido por otro cántico cualquiera.

Al salmo responsorial siempre se tendría que responder con el canto de una antífona. El salmo responsorial es un momento de oración y obligar a la Asamblea a recordar el texto que debe repetir a cada estrofa es impedirle que ore; lo que hay que hacer, pues, es buscar una antífona sencilla que todo el mundo sepa y que se conecte con el texto del salmo, y cantarla. Para ello basta con un repertorio de cuatro o cinco antífonas que abarquen los temas básicos(alabanza, arrepentimiento, confianza, fe, amor etc.), e irlas escogiendo según el tipo de salmo. En caso de no cantar la antífona, lo mejor es recitar el salmo por un lector, como momento de meditación y de oración.

3.2. En segundo lugar, quisiera referirme a otros elementos que se refieren al ritmo celebrativo, o que dependen de la persona que preside, o formas que requieren una intervención pedagógica de los responsables de la comunidad.

En relación al ritmo celebrativo, recordemos la importancia del silencio sagrado, que forma parte del ritmo interno de la celebración como necesarios momentos de interiorización, de alabanza y oración en el corazón.

De la celebración litúrgica debería poder decirse lo que San Juan de la Cruz dice de la vida espiritual: "todo envuelto en silencio". Porque una celebración comporta acciones, palabra, gestos compartidos. Pero probablemente, todo eso sólo adquirirá calidad religiosa, envuelto en silencio.

En este mismo ámbito, bien conocemos la importancia del canto en la celebración litúrgico; ya San Pablo invitaba a entonar juntos himnos, salmos y cánticos espirituales(Col. 3, 16)y conocida es la frase de San Agustín, "cantar es propio del que ama".

Sin duda que es digno de reconocimiento el servicio de quienes se esfuerzan por animar el canto en las celebraciones; sin embargo, falta en general, una mejor formación litúrgica en estos servidores de la comunidad. Esta carencia de formación se percibe en la pobreza de repertorio acorde a los tiempos litúrgicos, o en los días que poco o nada tienen que ver con el texto o el momento en que se canta, o en la adaptación o arreglo de canciones que poco ayudan a la oración, a la esperanza de la fe, o a la celebración gozosa.

Hay cantos, especialmente en la Eucaristía, que nunca deben ser reemplazados por otros: el Gloria, la aclamación del Santo, después del Prefacio, el Padre Nuestro.

Quisiera, también, referirme a un aspecto que depende directamente de la persona que preside la celebración: la homilía. Simplemente, recordar que es un momento privilegiado de catequesis bíblica, de actualización de la Palabra en nuestra historia y de iluminación del misterio que celebramos; procuremos, por tanto, que a partir de las lecturas proclamadas - y sin ser excesivamente largos -, se perciban con claridad los tres momentos de toda homilía: bíblico, histórico y litúrgico.

Con respecto a situaciones que requieren una intervención pedagógica de la comunidad, quiero referirme a la oración de los fíeles, recordando que es el momento en que el pueblo cristiano, ejerciendo su función sacerdotal, ora por las grandes intenciones. La Iglesia, el Papa, por los constituidos en autoridad, por el mundo, por la comunidad local y las necesidades particulares.

Ocurre, con bastante frecuencia, que se ora sólo por necesidades locales o personales, olvidando la dimensión universal de la Iglesia y del mundo, dimensiones que nunca deben faltar en nuestra oración. La comunidad orando así amplia su horizonte - y aunque pequeña y lejana - adquiere una visión de universalidad, de catolicidad.

En esta oración de los fieles debe estar siempre presente la oración por los hermanos más pobres, marginados y sufrientes. Es conveniente que en ella participen hombres y mujeres; niños, jóvenes y adultos.

La culminación de la Plegaria Eucarística "por Cristo... es una oración del sacerdote que preside. La Asamblea responde con un "Amen" cantado, solemne. Lo mismo, la oración por la Paz.

El gesto de la paz tiene una fuerte carga simbólica. El saludar cada uno a dos ó tres hermanos(es un signo, no se trata de saludar a todos), es la voluntad y el compromiso, por amor al Señor que celebramos, de seguir avanzando en la fraternidad, en la reconciliación a nivel cercano y lejano, en la corrección de todo egoísmo en nosotros mismos y en la sociedad en que vivimos. Debe ser este gesto hecho con dignidad y respeto, evitando excesivas familiaridades, que puedan ser mal interpretadas.

En la misma línea, es importante una intervención pedagógica sobre la forma de recibir la comunión, recordando que hay dos modos: en la boca o en la mano.

Sobre este último modo, es importante que el pueblo cristiano sepa recibir el "Cuerpo de Cristo". Ya en el siglo IV, San Cirilo de Jerusalén exhortaba a los cristianos sobre el modo de recibir la comunión.

"Cuando te acerques, no lo hagas con las manos extendidas o los dedos separados, sino haz con la mano izquierda un trono para la derecha, que ha de recibir al Rey; y luego con la palma de la mano forma como un recipiente, recoge el Cuerpo del Señor y di "Amén". Enseguida, santifica con todo cuidado tus ojos con el contacto del Sagrado Cuerpo y consúmelo, pero ten cuidado que no se te caiga nada; pues lo que se te cayere, lo perderías como de los propios miembros" (Catech. Myst V. 21)

Recibir el Cuerpo de Cristo en la boca o en la mano es un signo que requiere, dignidad, nobleza, respeto a la presencia real de Cristo en la Eucaristía.

Después de la comunión se hace silencio. Y debe, por tanto, haber ambiente de silencio. Una de las maneras de hacer que este silencio sagrado, no funcione, es que el celebrante o algún ministro esté haciendo otras cosas en lugar de participar él también, del clima de oración que la asamblea debe vivir en ese momento. Y estas otras cosas con las que el celebrante puede desmontar el clima son, sobre todo, la purificación de los vasos sagrados. Purificar los vasos sagrados en este momento y en el altar es una práctica que habría que evitar siempre, porque resulta una imagen que sustrae dignidad a la celebración. Pero hacerlo también en ese momento en la credencia, si bien resulta más discreto y digno, tampoco es recomendable por lo ya dicho: rompe el clima de silencio y oración. La purificación podrá hacerse terminada la celebración.

3.3. Quisiera señalar algunas situaciones que se refieren al lugar de la celebración o relacionados con elementos externos que se introducen en ellas.

Recordemos toda la importancia del Altar y su simbólica que representa a Jesucristo. procuremos, pues, celebrar, nuestra liturgia en un altar digno, es decir, con aquella hermosura y armonía que dan la sencillez, la limpieza y el orden. Evitemos la costumbre, bastante generalizada, de utilizar el altar como depósito de todo tipo de utensilios. ¡El Altar es Cristo!

Igualmente cuidemos que los ornamentos se encuentren en buen estado, limpios. El presidente de la Eucaristía utiliza la casulla. En las grandes concelebraciones, especialmente en la Catedral, ha de cuidarse más el estilo de las albas y de las estolas; se trata de lograr una belleza estética que ayude a la profundidad del misterio que se celebra.

Para ayudar en el futuro, a una ornamentación de nuestros Templos y Capillas, que contribuya a una más intensa celebración litúrgica, esperamos crear una "Comisión de Arte Religioso."

Quisiera también, referirme a la ubicación del Sagrario. Procuremos un lugar estable, digno y seguro para la reserva Eucarística en nuestras Capillas, de modo que invite a la adoración, y que allí Jesús nos enseñe a orar. Mantener la dimensión sagrada de nuestros lugares de oración es una nuestra de amor al Señor y de respeto a la sensibilidad de nuestro pueblo.

Con respecto a algunos elementos externos que se introducen en la celebración, quisiera decir una palabra sobre las intenciones por los difuntos y las coronas de caridad.

Cuando son muchos los difuntos que se recuerdan en una celebración, conviene leer sus nombres al comienzo de ella. La lista de los donantes de las llamadas "coronas de caridad" se pueden dejar en un diario mural a la entrada del Templo y hacer mención de ellos en una de las peticiones en la oración de los fieles, pero sin nombrarles. Leer esas interminables listas distorsionan el sentido de la celebración.

Del mismo modo, debemos poner más cuidado en los avisos a la comunidad. Tratemos que sean los más breves y puntuales posible, y que se comuniquen hacia el final de la celebración y nunca antes de la oración post-comunión, de modo que no rompan el dinamismo celebrativo.

3.4. Finalmente, quisiera decir una palabra sobre quienes colaboran en nuestras celebraciones: guías, animadores, lectores, coros, acólitos, cte.

Le he pedido especialmente al Departamento diocesano de Liturgia, que tenga una especial preocupación por la formación de todos quienes, con generosidad, sirven para una celebración de fe que lleve a nuestros fieles al encuentro con el Señor.

Espero darles a ellos algunos elementos de reflexión para los procesos formativos de los servidores litúrgicos.

Una palabra particular sobre los acólitos. Antes lo destacaba como un logro en nuestra vida celebrativa.

En la diócesis existe - desde hace tiempo - una práctica de acolitado masculino y femenino. Para profundizar en este servicio y mejorar la calidad de su participación en la liturgia, quiero señalar algunos criterios:

El servicio al Altar - lo sabemos muchos sacerdotes por experiencia propia - es un espacio privilegiado para acoger el llamado del Señor a dar toda la vida por el Reino. De ahí la importancia de incorporar a niños, adolescentes y jóvenes para servir como acólitos.

Es necesaria una adecuada preparación de todos los acólitos que les ayude - desde pequeños - a vivir las celebraciones con fe y en espíritu de oración. Especial importancia, como es obvio, requiere la dimensión litúrgica.

En las parroquias y capillas, donde hay acostado femenino y masculino, veo necesario que sirvan en celebraciones diversas. Y en las grandes celebraciones parroquiales o diocesanas pueden participar todos.

Para una mayor dignidad y estética en las vestimentas, vamos a diversificarlas, según sean para varones o mujeres. Trataremos de tener pronto una propuesta, que poco a poco iremos implementando, para superar la actual situación que es bastante deficiente.

La formación de los acólitos debe conducirles a un adecuado sentido de lo sagrado, que es la condición mejor para que su actuación sea digna, respetuosa, aleccionadora para la comunidad. Su saber estar, su modo de moverse, con serenidad y no con precipitación, su aproximación reverente al altar y a todo el misterio al que sirven, suelen ser fruto de una motivación catequética y de unas convicciones que alguien les ha ayudado a adquirir.

4. INVITACION A LA RENOVACION.

Al presentarles lo que me parece nuestros logros y crecimientos en la vida celebrativa, y algunas deficiencias a superar, no he pretendido ser exhaustivo; sin duda, habría que agregar otras situaciones que ustedes detectan y experimentan en sus comunidades, movimientos, parroquias y colegios.

En relación a las deficiencias a superar, no he pretendido dar normas particulares, sino simplemente recordar algunos elementos importantes en la liturgia, muchos de los cuales pertenecen a las normas litúrgicas de la Iglesia, y otras son dictadas por un buen sentido pastoral de la celebración.

Todo esto nos revela la necesidad de renovarnos aún más en el profundo espíritu de la liturgia, de procurar a través de nuestras celebraciones una adecuada catequesis litúrgica, evitando los extremos - igualmente dañinos - de una cierta "anarquía" litúrgica, que debilita nuestro sentido de Iglesia, y de un "legalismo" rubricista y uniformante, que tiende a ahogar el espíritu de la celebración de la Iglesia.

Se trata, pues, de renovarnos siempre más en la vivencia de¡ encuentro con el Señor Jesús en nuestro hoy, para transmitirlo y comunicarlo en nuestra celebración de la vida y en la vida que celebramos.

Esta tarea nos incumbe a todos:

Invito a toda la comunidad diocesana, parroquias, comunidades, movimientos, colegios. A laicos, religiosas y religiosos, diáconos permanentes y sacerdotes a profundizar esta carta y el espíritu que la anima.

Todas las tareas pastorales, en la que estamos empeñados, nos urgen a vivir hondamente la celebración del misterio de la fe como un verdadero y profundo encuentro personal y comunitario con el Señor Jesús, que nos convoca en su Iglesia, nos transforma y nos envía a hacer discípulos.

+ Alejandro Goic´ Karmelic´, Obispo de Osorno

Junio de 1996.

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