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COMENTARIO SEMANAL DE MONS. ALEJANDRO GOIC´ K.
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HACER RENACER LA ESPERANZA
En
la reciente Asamblea Plenaria del Episcopado de Chile (21 – 25 Abril),
entregamos a la opinión pública un documento para animar la esperanza frente a
las dificultades que enfrentan el País y la Iglesia.
Señalamos,
que “esta hora es la de un gran llamado de Dios a fortalecer nuestra fe en
Cristo, Dios y hombre verdadero, vivo y presente entre nosotros, a renacer en la
esperanza cristiana y en el amor al prójimo, especialmente a los que sufren”.
De
esta manera los Obispos procuramos responder a varias situaciones preocupantes
del País: la desesperanza frente al desempleo y las dificultades económicas;
el desconcierto frente a los cambios culturales y valóricos que también han
alcanzado a los medios de comunicación; el temor e inseguridad ante el futuro;
la crisis de confianza en instituciones básicas del país y en sus personeros,
incluidos algunos miembros de la Iglesia Católica; la disminución de los
matrimonios y el resquebrajamiento de tantas familias; la caída de la
natalidad; la persistencia de la pobreza dura, pese a los evidentes avances en
su superación; la dificultad para avanzar en la solución de los problemas con
los pueblos originarios; la cuestionable orientación de la
educación y la brecha educacional que margina a niños y jóvenes
talentosos de la capacitación para el trabajo.
Manifestamos
nuestra intención de colaborar, en la perspectiva del Bicentenario de la
Independencia Nacional, con todas las iniciativas del bien común y ofrecer el
aporte de la Iglesia para ayudar a su refundación moral. También estimamos
necesario prestar mayor atención pastoral al papel de los hombres como maridos
y padres, así como a la responsabilidad que comparten con sus esposos respecto
al matrimonio, la familia y la educación de los hijos. Reafirmamos además
nuestra convicción de que una Ley de Divorcio es contraria a la Ley de Dios y
al bien común. En este contexto, queremos mejorar la preparación de los jóvenes
para el matrimonio y ayudarles a formar familias, que sean verdaderas escuelas
de humanización y crecimiento en valores humanos y cristianos.
Finalmente,
frente al mundo actual, que se asemeja a un “mar agitado por la tempestad en
la que parece zozobrar nuestra barca”, recordamos la necesidad de volver la
mirada hacia el Señor Resucitado que, en la noche de la incertidumbre, infunde
calma y valor a sus discípulos: “Animo, soy yo. No tengan miedo” (Mc. 6,
50).
HONRAR PADRE Y MADRE
La publicidad resalta con fuerza el “Día de la Madre”. Más allá de la intencionalidad comercial, ¡qué bueno resulta destacar la misión de la madre en la familia y en la sociedad! Y también obviamente la realidad del padre, en último término la realidad de la familia.
Para expresar precisamente la comunión entre generaciones, Dios como Divino Legislador no encontró palabra más apropiada que ésta: “Honra a tu padre y a tu madre” (Exodo 20,12). Este mandato divino sigue a los tres preceptos fundamentales que atañen a la relación del hombre con Dios.
“Honra a tu padre y a tu madre”, de modo que ellos sean para ti los representantes de Dios, quienes te han dado la vida y te han introducido en la existencia humana: en una estirpe, nación y cultura. Después de Dios son ellos tus primeros bienhechores. Si Dios es el único bueno, más aún, el Bien mismo, los padres participan singularmente de esta Bondad Suprema. Por tanto: ¡honra a tus padres! Hay aquí una cierta analogía con el culto debido a Dios.” (Juan Pablo II).
Ser padre –o madre- es algo divino; es representar a Dios, hacer sus veces. De ahí que el precepto divino obligue en primer lugar a que los padres se esfuercen por ser signos sensibles de ese amor de Dios. Tienen que querer a sus hijos como el mismo Señor los ama: con un amor generoso, entregado, sincero, abierto.
Ser padre y madre es una tarea maravillosa: saben que su armonía conyugal es fundamental para la educación de sus hijos. Jamás discuten delante de ellos....y, en su ausencia, lo menos posible; se plantean a fondo las posibilidades de estar con los hijos y tomar decisiones coordinadas y armónicas; son suficientemente realistas para saber que muchas decisiones requieren sacrificar otras legítimas opciones; se saben ambos protagonistas de la educación de los hijos, participan de las actividades escolares y reciben ayuda en su insustituible tarea; cada uno apoya la decisión del otro, aunque no la compartan al principio. Más tarde intercambian opiniones para ponerse de acuerdo; utilizan el sentido del buen humor y el optimismo, a la vez que usan más el estímulo que el castigo; desdramatizan los episodios y si llegan temas graves para la familia, hacen partícipes a los hijos en la medida en que puedan asumirlos y colaborar en la solución; dejan hablar a los hijos y propician ocasiones en las que se muestren como son, etc.
Tanto el padre y la madre saben buscar tiempo para estar con sus hijos, el don más precioso de sus vidas y de su hogar. Recordar algunas de estas verdades en el Día de la Madre parece fundamental. La fortaleza de la familia es el mejor fundamento para la sociedad del presente y del futuro. Ahí debemos poner nuestros mejores esfuerzos. En el recuerdo de nuestros padres vivos o difuntos renovemos nuestros compromisos para hacer de nuestras familias espacios creadores de vida y dignificadoras de cada persona.
PRAT Y NOSOTROS
En la proximidad de la festividad del 21 de mayo, es buen momento para reflexionar en Chile, nuestra amada Patria. Sus héroes, como Arturo Prat y sus compañeros nos legaron ejemplo de valor y sacrificio heroico por la tierra amada.
Hay hechos, en la realidad actual de nuestro País, que nos desconciertan. Hay crímenes, incluso de menores de edad, que nos horrorizan; hay demasiados espacios periodísticos a hechos y personajes irrelevantes del acontecer nacional; hay pérdida de valores fundamentales como el trabajo responsable, la ganancia honesta y justa, el vivir austero y sencillo, etc.
Recuerdo haber escuchado una célebre homilía del Cardenal Silva Henríquez, de venerada memoria. La tituló “el alma de Chile”. Señalaba que la esencia del alma de Chile reside en tres grandes primados: el primado de la libertad sobre todas las formas de opresión; el primado del orden jurídico sobre todas las formas de anarquía y arbitrariedad y el primado de la fe sobre todas las formas de idolatría.
Esta es nuestra más honda identidad histórica. Esta es nuestra alma. De cara al bicentenario –2010- es urgente mantenerla viva y proyectarla en el tiempo. La identidad cuaja por vivencias históricas compartidas, las cuales se han decantado en valores, contenidos morales, visiones y símbolos que la mayoría de sus habitantes considera como suyos.
La trayectoria que, como País, vamos haciendo nos aporta muchísimas novedades y obliga a constantes reformulaciones. Sin embargo, mientras Chile sea Chile, habrá un núcleo básico que se proyecta. En una hora de globalización, de tratados de libre comercio, necesitamos formular mejor nuestra identidad en los años que nos encaminan al bicentenario.
Para la vida de Chile de hoy y del mañana necesitamos fortalecer la familia como núcleo esencial y fundamental de la sociedad: el anhelo más grande de todos los chilenos es tener una familia acogedora y estable para una vida feliz; para la vida de Chile urge promover el don de la vida desde su inicio en el seno materno hasta su fin natural y la promoción y defensa de los derechos humanos en todas sus formas. Es urgente crear conciencia –especialmente en nuestros jóvenes- de la dignidad inviolable de cada ser humano y colocarlo en el centro del desarrollo y orientar toda la acción económica para satisfacer más eficazmente todas las necesidades humanas.
No nos cansaremos nunca de repetirlo y de gritarlo: el ser humano, cada ser humano vale más que todo. La protección de la vida del ser humano es parte esencial del alma de Chile.
DON FERNANDO ARIZTIA RUIZ
Desde agosto del 2001 se encuentra en Osorno el antiguo Obispo de Copiapó Mons.
Fernando Ariztía Ruiz, quien sirvió a esa región de Chile por 26 años. Antes
había sido Obispo Auxiliar de Santiago del recordado Card. Silva. Al cumplir 75
años –como lo pide la Iglesia- presentó su renuncia a la responsabilidad de
Pastor de Copiapó. El 8 de julio del 2001 le entregó el gobierno de la Diócesis
a su sucesor.
Varios hermanos Obispos le ofrecimos venir a colaborar en nuestros ministerios pastorales. Optó por Osorno y aquí asumió a comienzos de marzo del 2002 la conducción de la Parroquia “Jesús Obrero” de Rahue Alto. Desde entonces y hasta hoy, junto a un joven sacerdote y dos egresados del Seminario ha servido a esa comunidad con admirable entrega, sencillez y fidelidad a Jesucristo y a su Evangelio.
Ha impulsado diversas y variadas iniciativas pastorales en Rahue Alto y se ha granjeado el afecto y el cariño de la gente de ese populoso sector. Cada persona que se ha acercado a él, ha experimentado verdaderamente la cercanía del pastor bueno, acogedor, respetuoso. Particularmente los más pobres y sencillos lo han sentido suyo.
Hace unos pocos meses se le descubrió un cáncer al hígado grave y que no admite ningún tipo de tratamiento. Y en estas circunstancias, y en medio de su actual debilidad física evidente, nos muestra su grandeza de hombre y de creyente. El lunes 19 me tocó viajar a Santiago y en el avión me encontré con una periodista del Canal 13 que le vino a entrevistar. Me dijo: “nunca había conocido a una persona que con tanta serenidad hablara de la muerte y de su propia muerte”.
Acaba de hacer un viaje a Atacama para despedirse, como él lo afirma, ¡de su familia! Y ese pueblo le ha pedido que se quede con ellos. Así escribió de él su antigua secretaria, después de esa visita: “Su paso por este pueblo no dejó indiferente a nadie. Quien no le conocía ha quedado maravillado por su bondad, de la libertad y tranquilidad de hablar sobre la muerte, de su muerte. Hasta en estas ocasiones nos enseña y nos hace reflexionar sobre la vida, la muerte y el encuentro con Dios. Don Fernando ha sido la presencia de Dios en Atacama y lo seguirá siendo, estando cerca, estando lejos o muy lejos...”
Hoy me entrega la Parroquia “Jesús Obrero”. A fines de mes partirá a Copiapó para vivir esta etapa final de su existencia con “su familia”. En una entrevista a este Diario dijo: “Me gustaría que me recuerden como un cristiano que buscó ser consecuente con su fe en Dios, que trató de seguirlo a El y servir a sus hermanos con el estilo de Jesús, particularmente a sus hermanos más pobres y sufrientes”. Gracias, querido Fernando por todo. Por el privilegio de haberte tenido con nosotros. ¡Que Dios te bendiga siempre!