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COMENTARIO SEMANAL DE MONS. ALEJANDRO GOIC´ K.
Domingo 07 de julio | Domingo 14 de julio |
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EL
PADRE PIO.
El 16 de junio pasado el Papa Juan Pablo II canonizó en Roma al Padre Pío de Pietrelcina(Francesco Forgione), el capuchino italiano venerado en vida, merced – entre otras cosas -, a los estigmas de la Pasión de Jesucristo que tuvo justo durante cincuenta años.
El
Padre Pío es un santo de enorme popularidad en Italia y en varias partes del
mundo. En su canonización hubo más de 400.000 personas,
probablemente la mayor multitud congregada hasta ahora en la Plaza de San Pedro.
Hombre de fe y oración intensa, probado en la cruz y en el sufrimiento,
confesor de miles y miles de seres humanos, impulsor de grupos de oración por
todo el mundo y fundador de un gran hospital, su santidad se proyecta hoy en un
fenómeno espiritual de enormes e insospechadas proporciones.
Se calcula entre siete y ocho millones de peregrinos que acuden al
Santuario de San Giovanni Rotondo, donde se le venera.
El
Hospital que fundó “Casa alivio
del Sufrimiento” es un grito de amor y de caridad; no es sólo un lugar donde
se cura médicamente a los enfermos, sino también un centro de espiritualidad y
de amor evangélico. El Hospital es
una verdadera ciudad científica y de alivio del sufrimiento, con cerca de 1300
camas y un personal médico integrado por 2500 profesionales.
Es uno de los más modernos de Italia meridional, donde, además de
tratarse a los enfermos, se investiga sobre el tratamiento del dolor humano,
como deseaba el Padre Pío.
En
estos tiempos de crisis de todo tipo y de incoherencias, vale la pena resaltar
el testimonio y la caridad heroica de hombres como el Padre Pío.
Alguien dijo que la crisis de nuestro
tiempo es una crisis de santidad. Y
es absolutamente cierto. La única
y verdadera respuesta a la crisis en todos los campos es la santidad de vida.
Un santo sigue haciendo el bien más allá de su muerte.
Porque el que vivió en coherencia con el Evangelio no puede morir. El amor verdadero perdura más allá de la muerte.
Ello es evidente en el Padre Pío y en todos los santos.
Este
es un tiempo magnífico para ser creyentes hoy.
Es un tiempo en el que Dios realmente necesita de nosotros para
mostrar su verdadero rostro. “Te
alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque, habiendo ocultado estas
cosas a los sabios y a los prudentes, las has revelado a los pequeños”(
Evangelio de hoy, Mt. 11,25-30)
HAMBRE EN EL MUNDO
Del 10 al 14 de junio último se celebró en Roma la IIIª Cumbre Mundial de Alimentación, organizada por la Agencia para la Alimentación y la Agricultura de las Naciones Unidas (FAO). Una reunión que se ha marcado como principal objetivo reducir a la mitad el número de personas desnutridas –800 millones en la actualidad- en el año 2015. Lo triste del caso es que el mismo reto se marcó en la primera Cumbre, celebrada en 1996, y a la vista están los resultados. Los países menos desarrollados presentes y muchas ONG participantes, no dudaron en calificar estas Cumbres “una pérdida de tiempo”.
Kofi
Annan, Secretario General de las Naciones Unidas, manifestó que “el hambre es
una de las peores violaciones de la dignidad humana” y señaló que “cada día
más de 800 millones de personas en el mundo, de los cuales 300 millones son niños,
sufren el atroz dolor del hambre y las enfermedades y discapacidades causadas
por la malnutrición. Como consecuencia, unas 24.000 personas mueren cada día”.
Hambre
y pobreza están estrechamente ligadas, por ello el Secretario General de la ONU
enfatizó que “el hambre perpetúa la pobreza, pues impide a la persona
desarrollar sus potencialidades y la hace más vulnerable a las enfermedades.
Reduce su capacidad de trabajo y de proporcionar un sustento para su familia.
Este ciclo devastador se repite de generación en generación y continuará
mientras no hagamos algo definitivo para romperlo”.
Uno
de los participantes en la Cumbre afirmó que “con 22 céntimos de euro por
persona y día se pueden salvar a cientos de miles de niños de esos 300
millones que en la actualidad están hambrientos y que jamás han pisado el aula
de una escuela”. Y Jacques Diouf, Director de la FAO sentenció: “No podemos
seguir el camino del egoísmo y del escepticismo si queremos dar una esperanza a
los 800 millones de personas que padecen hoy hambre en el mundo”.
“La
semilla cayó en tierra buena y dió fruto” se lee en el Evangelio de hoy (S.
Mateo 13,1-23). ¿no deberíamos sembrar con confianza y abrir nuevos caminos
en nuestro mundo hoy? ¿no deberíamos sembrar una actitud responsable
ante el consumo? ¿sembrar un servicio desinteresado a sectores de la población
olvidados y marginados?; ¿sembrar una participación social y política que
valore y busque realmente el bien común? ¿sembrar inquietud acerca de los
verdaderos problemas de la sociedad y no adormecerla con los “Tunick” y las
“Baby Vamp”?
LA SALUD DE LOS POBRES NO PUEDE ESPERAR
Los Obispos del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile (entidad que la representa) en nuestra última sesión (9 y 10 de julio), entre otros temas, analizamos desde nuestra perspectiva de pastores, la reforma de la salud, que impulsa el Supremo Gobierno.
La
salud de los chilenos es un desafío que toca a todos los sectores de la
sociedad, sin exclusión, y en el que, por lo tanto, todos debemos colaborar.
Como Pastores de la Iglesia, creemos que la defensa de la vida y la promoción
de una calidad de vida digna, tal
como la “vida en abundancia” que nos propone Jesucristo, exigen también
ocuparse de la salud de las personas y, particularmente, de la de los grupos más
vulnerables.
Es
un hecho que la salud es una de las áreas más sensibles de las tareas
pendientes que los pobres de Chile esperan de la sociedad. Las postas,
consultorios y hospitales son un espejo fiel de esta dura realidad. De ahí,
que, cuanto antes nuestro sistema de salud debe dar un paso significativo para
acercar los avances de la medicina y la tecnología a los pacientes que carecen
de los medios necesarios y para mejorar la calidad humana de su atención.
Se
dice siempre que Chile es un país solidario. Y lo es sin duda alguna,
particularmente en las grandes catástrofes. Pero ya es hora de que los chilenos
nos comprometamos a institucionalizar nuestra solidaridad. Debemos convertir es
gesto fraterno que brota espontáneo en todos nosotros ante la desgracia, en una
conducta estable y permanente, que
se refleje en las estructuras y en las bases de nuestra convivencia. Ello supone
que todos debemos ceder una parte en beneficio del bien común. El propósito de
mejorar la salud, concebido desde la perspectiva solidaria, se inscribe en este
espíritu y exige una cuota de sacrificio de todos los chilenos y
particularmente de los diversos actores directamente involucrados.
Se
hace urgente tomar las decisiones pertinentes a la brevedad posible, porque la
salud de los pobres no puede esperar. Y que las discusiones técnicas
imprescindibles se realicen con
altura de miras y sin apasionamiento, mirando siempre el bien de Chile, porque
se trata de un tema de importancia nacional que debe ser asumido más allá de
las diferencias políticas.
Que
Dios inspire a todos para que la
reforma de la salud sea real y efectiva y contribuya así al desarrollo del país
y la real integración de todos los chilenos.
EN CAMINO A LA UNIDAD
Uno
de los anhelos más grandes de Jesucristo, el Hijo de Dios, es la unidad de
todos sus discípulos. A lo largo de la historia ha habido dos grandes
divisiones del cristianismo, que han dado origen a las Iglesias Ortodoxas, las
Iglesias Protestantes. Junto a la Iglesia Católica constituyen las tres
vertientes fundamentales del cristianismo.
La
Iglesia Católica, especialmente desde el pontificado de Juan XXIII, el Papa
Bueno, ha dado pasos significativos en el llamado Movimiento Ecuménico, que
busca el diálogo, el encuentro de las diversas expresiones cristianas. Se ha
avanzado bastante en estas décadas, aunque, sin duda alguna, aún falta mucho.
Existen aún muchas heridas, prejuicios, desencuentros, que la gracia de Dios y
la buena voluntad de los creyentes podrán ir superando.
Ejemplo
de ello ha sido el reciente encuentro, lamentablemente poco publicitado, entre
el Arzobispo de Canterbury y el Presidente de la Comunión Anglicana y el Papa
Juan Pablo II. El Arzobispo de George Carey el 21 de junio último visitó en el
Vaticano al Papa y en el saludo le manifestó que se ha producido entre nosotros
“una creciente cercanía, un mutuo afecto y respeto entre nuestras Iglesias
que se ha reflejado en una profunda amistad”.
El
Papa, a su vez, se alegraba al constatar que el diálogo entre anglicanos y católicos
ha dado pie a la creación de una nueva Comisión Anglicano-Católica para la
Unidad y la Misión, afirmando a renglón seguido que “ cuando reflexionamos
sobre los peligros y desafíos que afronta el mundo en el momento presente, no
podemos no sentir la necesidad de trabajar codo con codo en la promoción de la
paz y la justicia”.
Son
pasos magníficos que deberán seguir creciendo. En un mundo dividido por miles
de circunstancias, los cristianos estamos llamados a dar signos de unidad
concreta, de respeto mutuo, de colaboración generosa en promover la paz, la
justicia, la dignificación de los más pobres. ¡Es tanto lo que nos une!: la
fe en la Santísima Trinidad, la salvación de todos los hombres realizada por
Jesucristo, a través de su muerte y resurrección, el llamado a todos a
participar de la vida eterna en la unión con Dios. Son las verdades
fundamentales de la fe cristiana. El diálogo sincero, el aprecio mutuo, el
reconocimiento de los propios errores y por sobre todo la oración ferviente,
son los grandes medios del movimiento ecuménico para cumplir el mandato divino:
“que todos sean uno” (Jn 17,21)