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MISA CRISMAL

MIERCOLES SANTO – 11 DE ABRIL 2001

 

Queridas hermanas y queridos hermanos:

Como pueblo de Dios estamos congregados en este Miércoles Santo, antes del Triduo Pascual, para conmemorar, el don que hizo el Señor a la Iglesia de la Eucaristía, instituyendo con élla, el sacerdocio. También en esta Eucaristía se consagran los Santos Oleos que se utilizan como signo de santificación en diversos sacramentos.

Gracias a todos Uds., queridos sacerdotes, por su generosa y constante entrega a esta iglesia diocesana de Osorno. Gracias también a Uds. queridos diáconos permanentes, por su testimonio y por su servicio. Gracias a todos Uds., miembros del Pueblo de Dios por su cercanía y apoyo en nuestra vida.

Cada año para esta fecha, el Papa Juan Pablo II, escribe a los sacerdotes del mundo entero una Carta como expresión de amor y de invitación a renovar el compromiso de fidelidad a Jesucristo en su Iglesia, para el servicio de los hermanos. Una vez más el Papa nos recuerda a todos los sacerdotes que "como anunciadores de Cristo, se nos invita ante todo a vivir en intimidad con El: ¡no se puede dar a los demás lo que nosotros mismos no tenemos!"

Esto es lo que yo también quiero decirles a Uds., mis queridos hermanos sacerdotes y diáconos, en este día que renovamos nuestro compromiso ante Dios y ante la comunidad: fuimos llamados, consagrados y enviados por Cristo. Ello nos exige vivir una experiencia honda, intensa de encuentro con el Señor. El ser verdaderamente hombres de Dios. El Papa nos ha dicho que "la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es el de la santidad" (T.M.I. 30). Esto lo pide para toda la Iglesia y para todos los creyentes.

¿Qué significa este camino pastoral de santidad? Poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias. "Significa expresar la convicción de que, si el bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre...(T.M.I. 31).

Todo creyente está llamado a este camino de santidad. Nosotros, llamados a servir al pueblo de Dios, estamos llamados a este camino de santidad. Como decía con fuerza nuestro bienaventurado Alberto Hurtado: "El mundo necesita vidas santas, entregadas a Cristo. Lo que va a transformar la tierra, es la santidad. En esta hora del mundo, Dios pide santidad... Santos, santos, hombres chiflados por su ideal. Para los cuales Cristo sea una realidad viviente, su Evangelio un código siempre actual, sus normas algo perfectamente aplicable a mi vida y que trato de vivirlo... Hombres que se esfuercen en amar y servir a sus hermanos, como Cristo los serviría; esos son los conquistadores del mundo..."

La intimidad con Cristo, la entrega en totalidad a Cristo, hará posible que tengamos su misma mirada al abordar las diferentes situaciones que nos corresponda vivir y servir. La intimidad con Cristo nos dará la gracia de reaccionar en todas las circunstancias, según la mirada y la visión de Cristo.

Vivir con Cristo, alimentarse de Cristo en la oración íntima; en la escucha y meditación de su Palabra; en el sacramento del perdón, tanto como penitentes, como sus ministros. "El sacramento de la reconciliación como instrumento fundamental de nuestra santificación. Acercarnos a un hermano sacerdote, para pedirle esa absolución que tantas veces nosotros mismos damos a nuestros fieles, nos hace vivir la grande y consoladora verdad de ser, antes aún que ministros, miembros de un único pueblo de salvados"; en la celebración gozosa y diaria de la Santa Eucaristía, en la adoración al Santísimo Sacramento, como prolongación del misterio eucarístico.

Estos son algunos medios para vivir esa intimidad de amor con el Señor y reaccionar en todo y ante todo con las actitudes de Cristo. Como decía el P. Hurtado: "¿Qué haría Cristo en mi lugar? Aquí está la perfección cristiana: imitar a Cristo en su divinidad por la gracia santificante, y en su obrar humano haciendo en cada caso lo que El haría en mi lugar".

Ser el hombre de Cristo y mantenerse en el punto de vista de Cristo, intervenir donde Cristo intervendría y como Cristo lo haría. Todo esto exige que Cristo llene nuestra vida, nuestro corazón, toda nuestra vida y que no exista en nosotros repliegue alguno que no le pertenezca.

Hermanos todos: ayudémosnos mutuamente a recorrer este camino de santidad en la vocación particular que el Señor nos ha regalado. De manera particular, ayúdennos a nosotros sus pastores, a ser esos hombres de Dios que la Iglesia tiene derecho a esperar de nosotros. Ayúdennos con su oración constante, ayúdennos con su palabra oportuna y llena de caridad y verdad, ayúdennos con su generosa colaboración en las tareas apostólicas. Ayúdennos, en una palabra, a ser lo que el Señor quiere de nosotros: sacerdotes, ciento por ciento, de día y de noche, en el trabajo y en el descanso, en la alegría y en el sufrimiento. Hombres centrados en Dios, servidores hasta dar la vida por los hermanos.

Con María, Madre del Unico y Eterno Sacerdote, rezamos por esta gracia. Así sea.