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AL   SERVICIO  DE  LOS HERMANOS   ANCIANOS Y  DISCAPACITADOS

 

I.- “HOGAR SANTA MARÍA”

II.- “FUNDACIÓN BETSAIDA”

 

I.- “HOGAR SANTA MARÍA”

Breve reseña histórica.

Actual realidad del “Hogar Santa María”.

Algunos textos inspirados acerca de  los ancianos.

II.-  “FUNDACIÓN BETSAIDA”

Breve reseña histórica.

Actual realidad del “Betsaida”

Algunos textos inspirados acerca de los discapacitados.

 

 A todos los hermanos de la comunidad diocesana:

En nuestra Iglesia Diocesana, entre otras acciones importantes de amor y solidaridad cristiana, se encuentran dos, el “Hogar Santa María”  y la “Fundación Betsaida”. De ellas quiero brevemente escribir y reflexionar.

En los próximos meses ambas entidades experimentarán una renovación en las estructuras de sus Edificios. La Carta quiere ayudar a comprender estos cambios y el profundo servicio de amor cristiano que ahí se realiza y se continuará realizando en el futuro en cumplimiento de la enseñanza de Jesucristo de amar y servir al prójimo, especialmente al más desvalido y sufriente. (Mt 25, 31-40). 

LOS ANCIANOS Y LA SABIDURÍA

Los ancianos ayudan a ver los acontecimientos
terrenos con más sabiduría, porque las vicisitudes
de la vida los han hecho expertos y maduros.

Ellos son depositarios de la memoria colectiva y, 
por eso, intérpretes privilegiados del conjunto de ideales
y valores comunes que rigen y guían la convivencia social.

Excluirlos es como rechazar el pasado, en el cual hunde
sus raíces el presente, en nombre de una modernidad
sin memoria. 

Los ancianos, gracias a su madura experiencia, 
están en condiciones de ofrecer a los jóvenes consejos
y enseñanzas preciosas. (Juan Pablo II)
 

CIVILIZACIÓN DEL AMOR Y DISCAPACITADOS

Las personas minusválidas juegan un papel importante 
en la edificación de una civilización del amor que 
elimine las barreras sociales, y aporte valores nuevos 
que no son los de la fuerza, sino los de la humanidad. (Juan Pablo II)
 


Iº.  “HOGAR  SANTA MARIA”

Breve reseña histórica.

Se fundó en 1915 con el nombre de “Asilo de Ancianos de Santa María” por la Señora Matilde Ida Barrientos, Presidenta de la Sociedad de Socorro de Señoras. El Edificio había funcionado como Lazareto desde 1875. Era financiado por dicha sociedad, pero de la organización y administración de los bienes se encargaban varios matrimonios. Hasta el año 1974 el último de los matrimonios a cargo era el de don Ramón Soto y su esposa Juana Negrete. 

En el Libro de Decretos del Obispado de Osorno, en el Nº 6 de 21 de Marzo de 1974 se lee textualmente: 

“A nuestros colaboradores sacerdotes, religiosos y laicos y a todos los fieles de Osorno La caridad de Cristo nos urge. Muchos hermanos nuestros necesitan y esperan nuestra ayuda. Lo que no hagamos por ellos será un reproche contra nosotros, porque para los cristianos no amar es un delito. En cambio la caridad cubre multitudes de pecados, como enseñaba San Pedro. 

El antiguo Asilo de Ancianos ha sido entregado oficialmente a la atención de la comunidad católica de Osorno, de la cual un servidor es representante indigno (Monseñor Francisco Valdés S.). No habiéndose encontrado aún la Congregación religiosa, que según deseo de todos, deberá regir el porvenir de esta institución, lo hará interinamente un Directorio compuesto por personas comprometidas y que han  ofrecido espontáneamente sus servicios, con una religiosa que interinamente dirigirá la institución. La Sociedad de Socorros que hasta la fecha atendía esta benemérita institución, colaborará en el aprovisionamiento de los ancianos. 

El Hogar de Ancianos, como se llamará en adelante, atraviesa un momento de verdadera angustia económica. 

Al hacernos cargo de esta obra, como primera providencia, solicitamos mediante nuestros párrocos y los directores de nuestros colegios y escuelas católicas el generoso aporte de los fieles, que será recolectado en todas las misas del día Domingo 31 de Marzo, y en los establecimientos mencionados la semana siguiente. Este Decreto será leído y dado a conocer el domingo anterior 

Dado en Osorno a 21 de marzo de 1974”  

Y en el Decreto Nº 1 del 6 de Enero de 1975 se encarga la dirección del Hogar Santa María a las “Hijas de la Caridad”. Dice así el Decreto firmado por Monseñor Francisco Valdés S. 

“Se autoriza la erección de una residencia de religiosas Hijas de la Caridad en nuestra ciudad y Diócesis de Osorno. 

Se harán cargo del “Hogar de Ancianos Santa María” de esta ciudad, tanto en lo que se refiere a la atención de los asilados como de la administración de la institución. 

La vida y labor de las Hijas de la Caridad en Osorno se regulará en conformidad a un convenio que próximamente, con una suficiente experiencia de las circunstancias será celebrado entre la Provincia Chilena de las Hijas de la Caridad y este Obispado”. 

Las Hijas de la Caridad trabajaron incansablemente por el progreso del Asilo hasta convertirlo en el actual Hogar, con la colaboración de toda la comunidad osornina, especialmente de la “Sociedad de Socorro”, de las “Damas Colaboradoras”, las “Damas Vicentinas” (Asevi) y muchas otras entidades. 

Las Hijas de la Caridad, por reestructuración de sus obras en Chile, después de haber servido con amor generoso y abnegado por 25 años, dejaron la Diócesis de Osorno y consecuentemente la dirección del Hogar Santa María siendo despedidas con la gratitud de toda la comunidad. 

El 23 de Febrero de 1999, el Hogar fue entregado a las “Hermanitas de los Pobres”, Congregación nacida en Francia en 1839 y fundada por la bienaventurada Juana Jugan.

Como actual Obispo de Osorno me correspondió gestionar la venida de las Hermanitas encontrando un gran apoyo en la Madre General Celine de la Visitation y en la Madre Provincial Isabel Londoño. 

El Decreto de Erección Nº 5 de fecha 1º de Marzo de 1999 señala: 

“Considerando: 

La necesidad de una comunidad religiosa que atienda el Hogar Santa María de Osorno por la partida de las Hermanas de la Caridad, que lo atendían,

La petición hecha por el Obispo Diocesano a la Madre Generala de las Hermanitas de los Pobres con fecha 19 de Enero de 1998,

Y la respuesta favorable de la Madre Generala y el Comodato firmado con fecha 17 de Diciembre de 1998. 

DECRETO: 

Erígese en la Diócesis de Osorno la comunidad Hermanitas de los Pobres, asumiendo oficialmente a partir del 6 de Marzo de 1999”.

Las Hermanitas de los Pobres se dedican en el mundo entero únicamente al cuidado de los ancianos, teniendo en cuenta el profundo respeto que merece cada persona y su profunda dignidad que le viene de su condición de hijo de Dios. Viven en una confianza total en la Divina Providencia de Dios Padre que nunca abandona a sus hijos y los cuida con amor y ternura. Forman una red de amistad con sus bienhechores, colaboradores, voluntarios y todos cuantos se asocian al Hogar. Especial mención merecen las “Damas cooperadoras” noble institución, de gran espíritu de servicio y de generosidad. 

b) Actual realidad del “Hogar Santa María” 

En el presente el “Hogar Santa María” atiende a 65  residentes, de los cuales 30 yacen postrados.

Seis religiosas de las Hermanitas de los Pobres, en fidelidad a Jesucristo y a su Fundadora, la bienaventurada Juana Jugan sirven a los ancianos. La dirección del Hogar está a cargo de la Hna. Beatriz Lara. El Padre Bernardo Werth es el Capellán del Establecimiento. El personal está integrado por diversas personas en las distintas responsabilidades para un funcionamiento adecuado. 

El Hogar tiene enormes costos de manutención. Las fuentes de financiamiento son fundamentalmente: el aporte de los residentes (pensión mínima); la generosa contribución de los bienhechores y la ayuda de la Congregación desde sus niveles centrales. 

El 6 de julio del año 2001 recibí carta de la Madre General. En una parte de ella me señala que “tenemos actualmente en curso, un estudio que demuestra la necesidad de llevar a cabo importantes obras en el Hogar. Antes de proseguirlo y de prever la realización de estas obras, nos convendría saber, si sería posible recibir la plena propiedad de la parcela de terreno que nos fue dada en Comodato, o bien comprarla. Su respuesta orientará el camino que podremos tomar”. 

A esa carta respondí con fecha 27 de julio del 2001: 

“Estamos muy contentos con la presencia de una Comunidad de su Congregación en nuestra Iglesia Diocesana aportando con su carisma y generosa entrega al servicio de los ancianos. 

También nos alegramos mucho con la posibilidad de la renovación material del actual Hogar para un servicio más personalizado de los residentes. 

Hemos tenido reuniones con el Consejo de Gobierno de la Diócesis y el Consejo de Asuntos Económicos Diocesano respecto a su petición. 

Ambos Consejos y yo mismo estamos de acuerdo en traspasar la parcela y actuales construcciones a las Hermanitas de los Pobres en la certeza que la atención de ellas a los ancianos se mantendrá de manera indefinida en el tiempo y en el servicio a sacerdotes ancianos y/o enfermos, como ya se vislumbra en el ante-proyecto arquitectónico futuro, con un sector especial para ellos. 

Lo que al Obispado le interesa es la atención al mundo de los ancianos: su bienestar espiritual y material. Sabemos que eso lo aseguran las Hermanitas y con una gran calidad humana y cristiana. Si algún día, esperamos que ello nunca ocurra, las Hermanitas se retiraran de la Diócesis, habría que asegurar que el Hogar seguiría cumpliendo su finalidad como obra de la Iglesia. 

Con estos antecedentes podemos, en el futuro inmediato, definir en un documento adecuado las características de este traspaso”. 

Coherente con esta carta el Obispado de Osorno traspasó la propiedad del Hogar a la Congregación de las Hermanitas de los Pobres, con la única condición de mantener en el tiempo la atención a los ancianos. 

En las próximas semanas comenzarán las obras de renovación del “Hogar Santa María” para una atención aún más esmerada a los residentes. Las principales características de la construcción y que serán financiadas por los bienhechores de la Congregación son las que a continuación se detallan: 

Consta  fundamentalmente de dos pabellones de dormitorios individuales en reemplazo de los dormitorios colectivos existentes, veinte para hombres, incluidos tres departamentos para sacerdotes ancianos y/o enfermos y veinte para mujeres, ambos de dos pisos. Estos  pabellones se comunican entre sí por un cuerpo que los une y que contiene los servicios comunes, tanto para hombres como para mujeres, salas de estar con cocinilla, depósitos, etc. Bajo el pabellón de hombres y parte del pabellón de unión, se ubica un piso zócalo que contiene los servicios generales del edificio y siete talleres para actividades manuales de los ancianos con sus depósitos y bodegas. Los tres niveles se comunican mediante escaleras y ascensor con capacidad para minusválidos o camilla. El nivel principal de la ampliación es el mismo del cuerpo que se mantiene y se comunica a él por un paso cubierto amplio. Construcción estructurada en hormigón armado. Con 2.342 m2 construidos. 

Esta etapa se complementará con dos más, posteriores, que comprenden la construcción de dormitorios para enfermería, destinados a los ancianos menos capacitados, diez para hombres y diez para mujeres, de las mismas características y servicios de los de la primera etapa; ampliación de las dependencias de servicios, y ampliación del área de la casa para las religiosas. 

¡Bendito sea el Señor! ¿Cuánto bien se ha hecho y se continúa haciendo en el Hogar Santa María! 

Hoy, con la generosa entrega de las Hermanitas de los Pobres que inspiradas en la bienaventurada fundadora Juana Jugan, quieren ser fieles a sus palabras: 

“Hijitas mías – decía- amemos mucho al Buen Dios, y al pobre en El...Hay que ver con espíritu de fe, en los ancianos, a Jesús, pues son los portavoces del Buen Dios!” 

Las Hermanitas realizan permanentemente la Colecta en la Comunidad para los Hogares que dirigen y hacen así partícipes a todos del amor y preocupación hacia los ancianos. Así dice a sus hijas. 

 “No tengan miedo de sacrificarse y de mendigar, como lo he hecho yo, por los pobres, pues ellos son los miembros dolientes de Nuestro Señor” y les inculca a sus hijas a vivir en la pequeñez y sencillez evangélica. 

“Sean pequeñas, pequeñas, pequeñas; si se hacen las grandes y orgullosas, la Congregación caerá. Sólo los pequeños agradan a Dios”. Y su gran consigna: 

“Esperarlo todo de Dios”. 

Es un don para nuestra Iglesia el Hogar Santa María y la presencia de las Hijas de Juana Jugan en su conducción.

¡Qué esta nueva etapa sea bendecida copiosamente por el Señor y protegida con el auxilio maternal de María! 

c) Algunos textos  inspirados acerca de los ancianos. 

I.- LOS ANCIANOS Y LOS JÓVENES (Juan Pablo II. de “Carta a los Ancianos”) 

El espíritu humano, por lo demás, aún participando del envejecimiento del cuerpo, en un cierto sentido permanece siempre joven si vive orientado hacia lo eterno;  esta perenne juventud se experimenta mejor cuando, al testimonio interior de la buena conciencia, se une el afecto atento y agradecido de las personas queridas.  El hombre, entonces, como escribe San Gregorio Nacianceno, “no envejecerá en el espíritu: aceptará la disolución del cuerpo como el momento establecido para la necesaria libertad.  Dulcemente transmigrará hacia el más allá donde nadie es inmaduro o viejo, sino que todos son perfectos en la edad espiritual”. 

Todos conocemos ejemplos elocuentes de ancianos con una sorprendente juventud y vigor de espíritu.  Para quien los trata de cerca, son estímulo con sus palabras y consuelo con el ejemplo.  Es de desear que la sociedad valores plenamente  a los ancianos, que en algunas regiones del mundo – pienso en particular en Afrecha – son considerados justamente como “Bibliotecas vivientes” de sabiduría, custodios de un inestimable patrimonio de testimonios humanos y espirituales.  Aunque  es verdad que a nivel físico tienen generalmente necesidad de ayuda, también es vedad que, en su avanzada edad, pueden ofrecer apoyo a los jóvenes que en su recorrido se asoman al horizonte de la existencia para probar los distintos caminos. 

Mientras hablo de los ancianos, no puedo dejar de dirigirme también a los jóvenes para invitarlos a estar a su lado.  Os exhorto, queridos jóvenes, a hacerlo con amor y generosidad.  Los ancianos pueden daros mucho más de cuanto podáis imaginar.  En este sentido, el Libro del Eclesiástico dice: “No desprecies lo que cuentan los viejos, que ellos también han aprendido de sus padres” (8, 9); “Acude a la reunión de los ancianos,  ¿qué hay un sabio?, júntate a él” (6, 34); porque “¡qué bien parece la sabiduría de los viejos!”  (25, 5) 

II.- JUBILACIÓN DEL TRABAJO, NO DE LA VIDA 

No hace mucho tiempo visitaba un grupo de jubilados el Senado Norteamericano y el senador que los acompañaba para explicárselo comenzó a tratarles como si fueran niños o medio tontos.  Se dirigía a ellos con palabras facilitas y les hablaba en voz muy alta como si todos estuvieran sordos.  Y, al final, se dirigió a uno de los ancianos del grupo y le preguntó: “Y usted, ¿qué era antes?”  Y entonces el anciano le miró fijamente y respondió con orgullo: “Yo...soy todavía”. 

La jubilación que debería ser simplemente un cambio de tareas con un aumento del descanso, es, con frecuencia, como una especie de despedida de la vida: “Usted ya está socialmente muerto, no nos sirve ya más, le daremos medios para que viva usted sin hacer nada”. 

Incluso los que quieren ayudar a los ancianos parten del supuesto de que la vejez es triste.  Y entonces se hace un esfuerzo para que los mayores sigan pareciendo jóvenes, para distraerles, pero casi siempre con iniciativas que, al final, les dejan al margen de la vida real. 

Usted, abuelo, ya sopitas y buen vino, dicen los nietos al  anciano de la casa. 

El mundo es de los jóvenes, repetimos a todas horas.

Sin embargo  yo quisiera proclamar aquí algunas verdades que son evidentes: 

Que un hombre puede jubilarse del trabajo, pero no se jubila de la vida.  No hay una vida verdadera que sea sólo de la juventud o la edad adulta y una semivida que consistirá ya sólo en esperar la muerte.  La ancianidad es una de las etapas de la vida como la tarde es una de las partes del día.  Y una tarde puede ser tan hermosa o más que una mañana o un medio día. 

En segundo lugar, que un hombre puede jubilarse del trabajo profesional, pero nadie se jubila de hacer algo.  La jubilación ni es ni puede ser una entrada en la siesta, sino un cambio de tareas.  Porque un jubilado puede seguir haciendo cien mil cosas importantísimas para el mundo y para la vida. 

En tercer lugar, que si un anciano no se jubila ni de vivir ni de hacer algo, mucho menos se jubila de la alegría.  Más bien habría que pensar que es la edad mayor, cuando se han superado los egoísmos y las tensiones de la juventud y de la edad adulta, cuando los hombres tendríamos más razones y motivos para estar alegres.

Pero ¿se puede estar alegre incluso cuando se sabe que no está ya muy lejos de la muerte?  Amigos míos, en realidad todos estamos igualmente cerca de la muerte.  Y, por otro lado, quien tiene fe sabe que puede vivir en esperanza. 

Por eso los ancianos creyentes deberían sentirse afortunados y demostrar con su alegría que su fe está viva. 

Ojalá pudierais rezar con gozo aquella oración que Paul Claudel pone en boca de sus personajes en una de sus obras teatrales.  Es una anciano que se dirige a Dios y dice: 

“¡Llegó la noche!  Ten piedad del hombre, Señor, en este momento en que habiendo acabado su tarea se pone ante ti, como  un niño al que su padre le pregunta si tiene limpias las manos. 

La mías están limpias.  ¡Acabé mi jornada!  He sembrado el  trigo y lo he recogido.  Y, de ese pan que he hecho, todos mis hijos han comulgado. 

Ahora puedo acabar. ¡Vivo en el quicio de la muerte y, sin embargo, una alegría inexplicable me embarga.”(P. José Luis  Martín Descalzo) 

III.- SABER ENVEJECER 

¿Cómo ayudar a ser más felices a las personas mayores, a cuantos nos precedieron y tanto nos ayudaron en nuestra vida? 

Por mi parte quisiera  hoy limitarme a comentarles una preciosa “Oración de la tercera edad”  que no hace mucho leí en una revista.  Dice así: 

“Señor, enséñame a envejecer como cristiano.  Convénceme de que no son injustos conmigo los que me quitan responsabilidad; los que ya no piden mi opinión; los que llaman a otro para que ocupe mi puesto.  Quítame el orgullo de mi experiencia pasada y el sentimiento de sentirme indispensable.  Pero también ayúdame, Señor, para que siga siendo útil a los demás, contribuyendo con mi alegría al entusiasmo de los que ahora tienen responsabilidades y aceptando mi salida de los campos de actividad, como acepto con naturalidad la puesta del sol.  Finalmente te doy gracias, pues en esta ahora tranquila caigo en cuenta de lo mucho que me has amado.  Concédeme que mire con gratitud hacia el destino que me tienes preparado.  ¡Señor, ayúdame a envejecer así!”

 ¿Hay que añadir algo a la hermosura de este texto?  Sí, hay algo: hay que vivirlo.  ¡Y qué difícil es envejecer con esa alegre naturalidad!  ¡Qué duro para cualquier ser humano reconocer que se ha entrado en el atardecer de la vida y aceptar, al mismo tiempo, que aún le queda mucho por hacer, pero que eso que le  queda por hacer es distinto – aunque no menos importante – que lo hecho hasta ahora! 

Porque en el mundo hay dos cosas tristísimas: un viejo que se cree joven y un viejo que se cree muerto. 

Y  hay, en cambio, una tercera cosa estupenda: un viejo que asume la segunda parte de su vida con tanto coraje e ilusión como vivió la primera. 

Dejad que me detenga un momento en la metáfora del sol que usa esta oración: 

Habrá que empezar por aceptar que el sol del atardecer es tan importante como el del amanecer y el del mediodía. 

Igual de importante: 

“El sol no se avergüenza de ponerse, no siente nostalgia de su brillo matutino. 

No piensa que las horas del día le estén echando del cielo, no se experimenta menos importante o menos necesario por comprobar que el ocaso se aproxima, 

sabe que el sol del atardecer no tiene fuerza para hacer germinar las semillas en los campos como hacía el sol del mediodía pero sabe también que este último sol de la tarde es el mejor  

y el más piadoso para el enfermo que lo recoge detrás de la ventana de su cuarto. 

Sabe que cada hora tiene su tarea.  Y así el sol la cumple hora tras hora.           

Por eso el sol del atardecer es débil, pero no amargo, no triste. 

¡ Ah si todos los mayores entendieran que su sonrisa sigue siendo tan necesaria como el sol del atardecer!           

¡Y qué orgulloso se siente el sol de ser sol, de haberlo sido, de seguir siéndolo hasta el último segundo de su estancia en el cielo. 

Por eso yo me atrevería a concluir estas palabras con una pequeñísima oración a Dios: 

¡Señor, Señor, no me dejes marcharme de este mundo hasta haber repartido el último rayo de mi pobre y querida luz! (P. José Luis Martín Descalzo.) 

IV.- LA CUMBRE

Cuando se escala una montaña, el paisaje va desnudándose poco a poco y finalmente cuando llega a la cumbre no encuentra más que piedras y nieve; pero desde allí la vista es magnífica.  Ya no se puede subir más, sólo para ir al cielo. 

Lo mismo ocurre en la vejez.  A lo largo de la vida hemos subido por cien caminos, a veces sinuosos, y poco a poco el paisaje se ha ido desnudando; los que mandaban, dirigían, protegían nuestra juventud desaparecieron unos tras otros; después, los compañeros de la vida.  Uno sigue avanzando y cada vez está más solo.  El que llega a la madurez termina como el alpinista en una cimbre pelada y cuando vuelve la vista contempla su vida extendida ante él como un paisaje. 

Es la cumbre, pero también es el final del hombre sobre la tierra.  No hay otra manera de avanzar más que yendo al cielo. 

La vejez es una cima. 

No hay muchos que lleguen a ella, la mayor parte caen en el camino; su vida no acabó, fue cortada.  Podemos morir a cualquier edad.  Tener una vida completa es uno de los mayores privilegios que uno puede tener.  En esta tierra el hombre debe llenar  un ciclo que termina en la vejez; niño, adolescente, adulto, viejo.  Cada edad tiene su belleza pero la mayor es tenerla todas.  Se saborea la flor de la vejez cuando se ha gustado la de la infancia, la de la adolescencia, la de la madurez.  Un viejo hermoso ha comenzado por ser un niño hermoso y a  lo largo de toda la vida el hombre prepara el viejo que va a ser. 

Toda la vida no es más que una ascensión hacia la vejez.  Una ascensión.  La vejez no es un atolladero en el camino al que vinimos a parar, es una cumbre a la que subimos.  Comenzamos en las praderas de los valles entre flores y bosquecillos, ovejas, conejos y niños que ríen; después uno llega a una ladera y trepa por un camino que exige buenas pantorrillas, un pecho robusto, un corazón fuerte, una vista clara capaz de escoger la dirección.  A menudo el esfuerzo es duro:  pero al fin llegamos a la cima donde el aire es puro, los horizontes inmensos, y hay silencio. 

La cumbre sería siniestra si no viniéramos atravesando frescos valles; pero la paz, el silencio, la pureza del aire y la inmensidad del horizonte nos alivian hasta tal punto que compensan todos los esfuerzos. 

La belleza de la cumbre radica en eso, en que es una cumbre.  Cuando pasamos por encima de Los Alpes y vemos allá a lo lejos, masas de rocas negras sembradas de nieve sentimos que algo en nuestro interior tiembla.  La cumbre no es bella más que en cuanto cumbre; la vejez sólo en cuanto vejez.  Toda la vida anterior la ha enriquecido embelleciéndola. 

¡Todas las riquezas de la vida!  Un paisaje que cambia a cada etapa, pues lo que ve un niño no es lo mismo que lo que ve un adolescente ni un adulto.  No tenemos necesidad de viajar muy lejos para poder contemplar horizontes nuevos.  Solamente se aburren los que se encierran de sí: es muy monótono el espectáculo de uno mismo. 

Pero el que es capaz de abrir su espíritu mira el universo y lo encuentra por todas partes, porque está en todas partes. 

¡Maravilloso, recorrer todas las etapas de la vida y ser en cada edad lo que se debe ser! ¡No hay nada más triste que un joven que trata de ser viejo, o un viejo que fanfarronea!  El niño debe ser niño y el adulto, adulto.  Debemos aceptarnos como somos.  Los niños que hablan con un tono sentencioso se vuelven ridículos.  Y los adultos han de ser capaces de cargar con todas sus responsabilidades.  No se ve lo mismo la vida a los cuarenta años que a los veinte.  Ni debe ser así.  Es mejor avanzar paso a paso recogiendo todas las flores. 

La vejez corona la vida en todo sentido de la palabra.  El que muere antes de la vejez tiene una vida inacabada.  Le falta algo esencial. 

Sin duda no lo esencial pura y simplemente.  Lo esencial es la edad madura, la edad en la que el hombre realiza su tarea de hombre; la edad en que los padres tienen hijos y los educan, la edad en que el profesional llega a los más altos grados de su carrera.  La infancia es una preparación, la vejez una conclusión, pero la vida no se completa hasta que no llega a su fin. 

Lo mismo que el día se completa con la noche.  La mañana es bella y la tarde  también: pero más lo más bello de todo es que haya mañana tarde y noche. Todo lo terminado es bello, pero sólo lo es en cuanto está acabado. 

Lo que hay de más bello en la vejez es que cuando no hay posibilidad de ser viejo sin haber sido joven.  Todos los viejos han sido jóvenes; pero no todos los jóvenes han tenido el privilegio de llegar a viejos.  El viejo ha sido primero un bebé y nuestro mejor deseo para un bebé es que llegue a tener una vida completa; es decir que llegue a viejo. (J. Leclercq)

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IIº.-  “FUNDACION BETSAIDA” 

Breve reseña histórica. 

El 22 de julio de 1981 Monseñor Francisco Valdés Subercaseaux  creó la “Fundación Educacional y Pro-rehabilitación Betsaida” 

La Fundación se creó para: 

“la atención educacional y rehabilitación de los minusválidos de la Xª  Región para ello desarrollará toda clase de actividades que tiendan a prestar educación y medios de rehabilitación a los lisiados como igualmente proporcionarles centros de trabajo, servicios para su atención, incluyendo medios materiales y de habitación” (Estatutos). 

Laicos, hombres y mujeres, desde sus inicios, se entregaron generosamente a esta obra de amor. Junto a ellos ha sido fundamental la presencia de las hermanas Misioneras franciscanas del Sagrado Corazón (de Purulón), quienes con gran dedicación han estado conduciendo esta obra. 

En sus orígenes la Fundación comenzó a trabajar para obtener un bien raíz lo que se logró al cabo de un año, con aportes de la Sociedad Pro-Ayuda al Niño Lisiado y de la Ilustre Municipalidad de Osorno. La casa pertenecía a Conaf-Osorno y está ubicada en calle Cochrane 951. Se habilitó con aportes de la comunidad. 

En estos años se han prestado múltiples servicios a los lisiados, generosamente realizados por religiosas, el directorio de la Fundación, damas colaboradoras, médicos. Kinesiólogos, paramédicos, etc. Entre estos servicios se destacan: bienestar social, de salud, (kinesiología, servicio de terapia ocupacional, atención médica, policlínico); talleres (artesanía, juguetería, costura); recreación, deporte y educación; acción pastoral y formación en la fe, etc. 

La Fundación se ha financiado principalmente con: 

Aportes de socios cooperadores. 

Coronas de caridad. 

Donaciones. 

Colecta anual pública. 

En los últimos años la I. Municipalidad de Osorno, a través de proyectos especializados; lo mismo a través de la DIGEDER. 

La Fundación es conducida por un Directorio de siete personas presididas por el Obispo Diocesano. 

b)   Actual realidad de “Fundación Betsaida” 

A la Fundación Betsaida acuden de lunes a viernes en las tardes, los lisiados para desarrollar todas las actividades que ofrece la Institución. 

Es un espacio de encuentro, de fraternidad y convivencia, de apoyo  mutuo y de formación, de rehabilitación física. 

El actual Directorio de la Fundación, con la asesoría jurídica respectiva, asumió el desafío de iniciar una nueva etapa en la vida de “Betsaida”. Traspasó el bien raíz de Cochrane 951 a la Congregación de las Hermanas Misioneras Franciscanas  del Sagrado Corazón, con la única condición de perpetuar en el tiempo la obra a favor de los lisiados. A su vez la “Fundación Cristo Joven” del Obispado de Osorno donó a la Congregación un sitio en el Sector de Pilauco cerca del Convento de las Carmelitas, para la construcción del nuevo hogar de Betsaida, que ya se ha comenzado. Se trata de un Edificio más adecuado y que pueda prestar un mejor servicio a los discapacitados. Será financiado con la venta de la casa actual de Cochrane 951 y aportes de la Congregación a nivel central. 

La casa actual ha sido adquirida por la Congregación Siervas de Jesús, que iniciaron su presencia en Osorno en el año 2001. Ellas la habilitarán, en el futuro, para las tareas apostólicas propias del carisma congregacional. 

El nuevo edificio de Betsaida en Pilauco tendrá las siguientes características: 

Edificio con un total de 471.-m2 construidos, compuesto de tres sectores de características diferenciadas: 

1º Área de 216.- m2 en primer piso del edificio principal, estructurado en albañilería reforzada que contiene las dependencias administrativas y de servicio del Hogar; gimnasio; sala de uso múltiple, y, sala de exposición y ventas de productos. 

2º Área destinada a casa de la Congregación, sobre la anterior y con acceso independiente, con cuatro dormitorios, dos baños, dala de estar-comedor-cocina, oratorio y sala de comunidad, en 111.-m2 construidos y estructurada en madera sobre losa de entrepiso. 

3º Área de talleres y bodegas, con 144.- m2 construidos en estructura de acero. Constituye un pabellón diferenciado del anterior, aunque unido a él. 

Con la construcción de la nueva casa de “Fundación Betsaida” se inicia una nueva etapa de amor y de servicio a los discapacitados. 

Al cumplir la mayoría de edad como Institución quiere seguir siendo una obra que exprese claramente el amor preferencial del Señor por los más pobres, débiles y sufrientes. 

Las Religiosas de Purulón, inspiradas en el Corazón de Cristo, sensible a todas las necesidades humanas, seguirán sirviendo y su Santo Inspirador Francisco de Asís, que supo hermanarse con todos, les dará fuerzas y sabiduría, para que junto a los laicos, sigan haciendo el bien e integrando a la sociedad con plena dignidad a los discapacitados. 

c) Algunos textos inspirados acerca de los discapacitados  

I.- MENSAJE DE LA SANTA SEDE EN EL AÑO INTERNACIONAL DEL DISCAPACITADO. 

La Iglesia se asocia plenamente a las iniciativas y a los laudables esfuerzos puesto sen práctica para mejorar la situación de las personas minusválidas y tiene intención de aportar a ellos su propia contribución.  Lo hace ante todo por fidelidad el ejemplo y las enseñanzas de su Fundador.  Jesucristo, en efecto, ha reservado un cuidado especial y prioritario a los que sufren, en toda la amplia gama del dolor humano, rodeándolos con su amor misericordioso durante su ministerio y manifestando en ellos el poder salvífico de la redención que abarca al  hombre en su singularidad y totalidad. Los marginados, los desvalidos, los pobres, los que sufren, los enfermos, han sido los destinatarios privilegiados del anuncio, de palabra y de obra, de las Buena Noticia del Reino de Dios que hace irrupción en la historia de la humanidad. 

I.- Principios Fundamentales 

1.- El primer principio que debe ser afirmado con claridad y con vigor es que la persona minusválida (bien lo sea por enfermedad congénita, a consecuencia de enfermedades crónicas o de infortunio , o bien por debilidad mental o enfermedades sensoriales, cualquiera que sea el alcance de tales lesiones), es un sujeto plenamente humano, con los correspondientes derechos innatos, sacros o inviolables.  Tal  afirmación  se apoya en el firme reconocimiento de que el ser humano posee una dignidad propia y un valor autónomo propio desde su concepción y en todos los estadios de su desarrollo, sean cuales sean sus condiciones físicas.  Este principio que brota de la recta conciencia universal, debe ser asumido como el fundamento inquebrantable de la legislación y de la vida social. 

Es más, pensándolo bien se podría decir que la persona del minusválido, con las limitaciones y el sufrimiento que lleva impresos en su cuerpo y en sus facultades, pone más de relieve el misterio del ser humano, con toda su dignidad y grandeza.  Ante la persona minusválida, nos sentimos introducidos  en las fronteras secretas de la existencia humana; y se nos llama a acercarnos con respeto y amor a este misterio. 

2.-Dado que la persona que sufre una “minoración” es un sujeto con todos sus derechos, se le debe facilitar la participación en la vida de la sociedad en todas las dimensiones y a todos los niveles accesibles a sus posibilidades.  El reconocimiento de estos derechos y el deber de la solidaridad humana constituyen un empeño y una tarea a realizar, con la creación de condiciones y estructuras sicológicas, sociales, familiares, educativas y legislativas idóneas  a acoger y desarrollar integralmente la persona minusválida. 

La Declaración sobre los Derechos de las Personas Minusválidas proclama, en efecto, en el  n.3, que “las personas minusválidas tienen derecho a ser respetadas por su dignidad humana.  Las personas minusválidas, cualquiera sea el origen, la naturaleza y la gravedad de su ‘minoración’ y de sus incapacidades, tienen los mismos derechos fundamentales que los demás ciudadanos de su edad, lo cual comporta ante todo y sobre todo el derecho a llevar una vida decente, lo más normal y completa posible”. 

3.- La calidad de una sociedad y de una civilización  se mide  por el respeto que manifiesta hacia los más débiles de sus miembros.  Una sociedad tecnocráticamente perfecta, en la que se admite sólo a miembros plenamente funcionales y donde uno que no se ajusta a este modelo o no sea apto para desempeñar un papel propio, sea marginado, recluido o, lo que es peor, eliminado, debería ser considerada como radicalmente indigna del hombre, aunque fuese ventajosa desde el punto de vista económico.  En efecto, sería una sociedad pervertida por una especie de discriminación no menos condenable que la racial, es decir, la discriminación de los fuertes y “sanos” contra los débiles y enfermos.  Es necesario afirmar con toda claridad que la persona minorada es uno de nosotros, partícipes de nuestra misma humanidad.  Reconociendo y promoviendo su dignidad y sus derechos, reconocemos y promovemos nuestra misma dignidad y nuestros mismos derechos. 

4.- La orientación fundamental a la hora de plantear los problemas que conciernen a la participación de las personas minoradas en la vida social, debe ser inspirada por los principios de integración, normalización y personalización.  El principio de la integración se opone a la tendencia al aislamiento, a la segregación y a la marginación de la persona minorada; pero va también más allá de una actitud de mera tolerancia respecto a ella.  Comporta el empeño a convertir la persona minusválida en un sujeto a título pleno, según sus posibilidades, en el ámbito de la vida familiar lo mismo que en el de la escuela, del trabajo y, en general, en la comunidad social, política y religiosa. 

De este principio deriva  como consecuencia natural, el de la normalización, que significa  y conlleva el esfuerzo orientado a la rehabilitación completa de las personas minusválidas con todos los medios y técnicas de que se dispone hoy día y, donde esto no sea posible, a la consecución de un marco de vida y de actitud que se acerque lo más posible a lo normal. 

Por último, el principio de la personalización pone en claro que, en los cuidados de diverso tipo así como en las diversas relaciones de orden educativo y social orientadas a eliminar las “minoraciones” se debe siempre considerar, proteger y promover principalmente la dignidad, el bienestar y el desarrollo integral de la persona minorada, en todas sus dimensiones y facultades físicas, morales y espirituales.  Tal principio significa y comporta además la superación de ciertos ambientes caracterizados por el colectivismo y por el anonimato, a los cuales la persona minorada queda a veces relegada.  

II.- JESÚS TIENE UN MENSAJE ESPECIAL PARA LOS MINUSVÁLIDOS 

Integración plena en la sociedad 

1.- Es importante que este aumento de conciencia y sensibilización que ahora se da, quede encuadrado en una legislación apropiada, y que cuantos actúan en el campo de la medicina, sicología, sociología y educación, favorezcan la plena integración de la persona minusválida en la sociedad.  Pero no es menos importante que se dé el cambio de corazón, la conversión, por parte de todo  ciudadano y de todos los grupos de la sociedad, de manera que acepten gustosa y fraternamente la presencia de la persona minusválida en los centros de enseñanza, en el trabajo y en todas las  actividades, incluido el deporte. 

2.- Las personas minusválidas juegan un papel importante en la edificación de una civilización nueva, la civilización del amor, que elimine las barreras sociales, y aporte valores nuevos que no son de la fuerza, sino los de la humanidad. 

3.- En Jesucristo hay un mensaje importante para todos los minusválidos, para quienes están  a su servicio y también  para toda la sociedad en sus relaciones con aquellos.  Jesucristo nos trajo un mensaje que sublima el valor absoluto de la vida y de la persona humana, la cual viene de Dios y está llamada a vivir en comunión con Dios.  Este mensaje puede leerse en su vida de amor a los enfermos y a los que sufrían, y de servicio a todos.  El mismo mensaje está contenido en las palabras con las que se identificó a Sí mismo con los necesitados y afirmó que sus discípulos deben reconocerse por su servicio amoroso a los pobres y débiles: “Cuantas veces  hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis”.  (Mt. 25, 40). 

Oro para que este mensaje sea escuchado y se dé viva esperanza a los minusválidos y un amor nuevo invada toda la sociedad. ( Juan Pablo II ). 

III.- LA PERSONA MINUSVÁLIDA Y EL TRABAJO 

Recientemente, las comunidades nacionales y las organizaciones internacionales han dirigido su atención a otro problema que va unido al mundo del trabajo y que está lleno de incidencias:  el de las personas minusválidas.  Son  ellas también sujetos plenamente humanos con sus correspondientes derechos innatos, sagrados e inviolables, que, a pesar de las limitaciones y los sufrimientos grabados en sus cuerpos y en sus facultades, ponen más de relieve la dignidad y grandeza del hombre.  Dado que la persona minusválida es un sujeto con todos los derechos, debe facilitársele  el participar  en la vida de la sociedad en todas las dimensiones y en todos los niveles que sean accesibles a sus posibilidades.  Sería radicalmente indigno del hombre y negación de la común humanidad, admitir en la vida de la sociedad y, por consiguiente, en el trabajo, únicamente a los miembros  plenamente funcionales, porque obrando así se caería en una grave forma de discriminación, la de los fuertes y sanos contra los débiles y enfermos.  El trabajo en sentido objetivo debe estar subordinado, también en esta circunstancia, a la dignidad del hombre, al sujeto del trabajo y no  a las ventajas económicas. 

Corresponde por consiguiente a las diversas instancias implicadas en el mundo laboral, al empresario directo como indirecto, promover con medidas eficaces y apropiadas el derecho de la persona minusválida a la preparación profesional y al trabajo, de manera que ella pueda integrarse en una actividad productiva para la que sea idónea.  Esto plantea muchos problemas de orden práctico, legal y también económico; pero corresponde a la comunidad, o sea, a las autoridades públicas, a las asociaciones y a los grupos intermedios, a las empresas y  a los mismos minusválidos aportar conjuntamente ideas y recursos para llegar a esta finalidad irrenunciable: que se ofrezca un trabajo a las personas minusválidas, según sus posibilidades, dado que lo exige su dignidad de hombres y de sujetos de trabajo.  Cada comunidad habrá de darse las estructuras adecuadas con el fin de encontrar o crear puestos de trabajo para tales personas tanto en las empresas públicas y privadas, ofreciendo un puesto normal de trabajo o uno más apto, como en las empresas y en los llamados ambientes “protegidos”. 

Deberá prestarse gran atención, lo mismo que para los demás trabajadores, a las condiciones físicas y sicológicas de los minusválidos, a la justa remuneración, a las posibilidades de promoción, y a la eliminación de los diversos obstáculos.  Sin tener que ocultar que se trata de un compromiso complejo y nada fácil, es de desear que una recta concepción del trabajo en sentido subjetivo lleve a una situación que dé a la persona minusválida la posibilidad no de sentirse al margen del mundo del trabajo o en situación de dependencia de la sociedad,  sino como un sujeto de trabajo de pleno derecho, útil, respetado por su dignidad humana, llamado a contribuir al progreso y bienestar de su familia y de la comunidad según sus propias capacidades. ( Juan Pablo II)  

Allí continúa cuidando de él. Lo alimenta y pasa la noche con él. Al día siguiente le dice al posadero: 

“Por favor, dele de comer  cuide de él. Yo le pagaré cuando regrese”. 

JESÚS nos pide que seamos como este samaritano que tengamos un corazón lleno de misericordia y que consolemos a los afligidos. ( Lucas 10, 24-37)  

Las comunidades fundadas en el amor de JESÚS abren sus anchas puertas para recibir a los pobres y desamparados. JESÚS  nos enseña a dar con  confianza: 

“He aquí estoy a la puerta y llamo si alguno  oye Mi voz y me abre la puerta,  Yo vendré a él,  entraré a su casa y cenaré con el y él Conmigo”. (Apocalipsis 3, 20) 

 

+ Alejandro Goic´ Karmelic´, Obispo de Osorno 

Osorno, julio 2002

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