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EL SEGUIMENTO AL CRUCIFICADO

(Meditación del Miércoles Santo: 19 de abril de 2000)

 

 

El cristiano ha de tener claro en qué consiste la cruz para un creyente, pues puede suceder que, a veces, la ponga donde Cristo no la ha puesto.

Puede darse que un cristiano, tratando de asumir la Cruz de Cristo, viva mortificándose en diversos aspectos de su vida y todo ello puede convertirse en tranquilizante que, de hecho, le impide seguir el camino trazado por el Crucificado.

1. La Cruz como seguimiento de Cristo

La cruz cristiana sólo se entiende en su contenido más genuino a partir del seguimiento fiel a Jesucristo y del servicio a la causa del reino.

Jesús llama a sus discípulos a seguirle poniéndose incondicionalmente al servicio del Reino de Dios. La cruz no es sino el sufrimiento que se producirá en la vida del discípulo como consecuencia de ese seguimiento, el destino doloroso que habrá de compartir con Cristo si sigue realmente sus pasos.

Mc. 8,34: "El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame".

La cruz brota en la vida del cristiano como consecuencia de ese seguimiento fiel a Cristo.

El sufrimiento es cruz cristiana cuando es vivido con el espíritu y la actitud con que Cristo lo vivió. Llevar la cruz de Cristo es sufrir en comunión con Él, asumiendo con su mismo espíritu los sufrimientos que se siguen de una adhesión concreta y responsable a su persona y a su causa. Es este seguimiento fiel que introduce en la cruz genuina de Cristo.

Negarse a sí mismo es olvidarse de uno mismo y de sus propios intereses para fijar la existencia EN ESE Jesús al que se desea seguir. Liberarse de uno mismo para adherirnos radicalmente a Él.

La mortificación ha de tener, sin duda, un lugar importante en la vida de quien sigue a Jesús. Pero no cualquier mortificación, sino aquella que va liberando a la persona de su egocentrismo, su comodidad o su cobardía para seguir más fielmente a Jesús.

2. Jesús lucha contra el sufrimiento.

Jesús no ama el sufrimiento ni lo busca. Es lo primero que hemos de decir. El sufrimiento en sí mismo es malo y Jesús lo rechaza como tal. No lo quiere ni para sí mismo, ni para los demás.

Ciertamente, no quiere el sufrimiento de los demás. Toda su vida ha sido luchar contra el mal que daña al ser humano.

Los evangelios(combate el sufrimiento que se esconde en la enfermedad, el pecado, la soledad, la desesperanza o la muerte)Jesús no permanece insensible al sufrimiento de las gentes.

Jn. 11, 33: Lázaro.

Lc. 7,13: Viuda que llora a su hijo único.

Mc. 6,34: Ovejas sin pastor.

Jesús no se limita a compadecerse y sufrir con el sufrimiento de los demás. Su vida y su actuación son una buena noticia, fuente de vida, de salud, de felicidad.

"Jesús aparece en toda su vida y su conducta compadeciéndose de los que sufren, defendiéndolos de quienes lo oprimen, luchando contra el mal, hasta el punto de dar por ello su vida" (A. Torres).

Jesús no busca el sufrimiento para nadie. Lo que hace es esforzarse en suprimirlo. Tampoco lo ama ni lo busca para sí. Al contrario, cuando después de luchar toda su vida contra el sufrimiento que destruye a los demás, El mismo se encuentra en la cruz, reacciona con angustia y espanto - "Me muero de tristeza"(Mc. 14,34) "sudor de sangre"(Lc. 22,44). Lo que atrae a Jesús no es la muerte, sino la vida.

Lo que quiere es vivir, no sufrir: "Padre, si es posible, que se aleje de mi este trago" (Mt. 26, 39).

Jesús busca siempre el bien y la dicha del ser humano. Por eso lucha contra toda clase de sufrimientos, los generados por el mismo hombre y los que sobrevienen de manera inevitable. Esto es lo primero. La actitud primera de Cristo y del cristianismo. ¿ Por qué, entonces acepta la Cruz? ¿Por qué termina asumiendo el sufrimiento y aceptando su crucifixión? ¿Por qué todo aquel que le sigue ha de cargar con la Cruz?

3. Jesús asume la cruz.

Jesús no busca el sufrimiento, pero asume su propia crucifixión. La cruz que Jesús acepta no es cualquier sufrimiento. Es la aflicción y el rechazo que aparecen en su vida como consecuencia del servicio a los que sufren injustamente.

Movido por el amor infinito del Padre a todo ser humano, Jesús lucha contra el sufrimiento con tal radicalidad que es capaz incluso de asumirlo cuando éste se produce en su propia carne como consecuencia de su combate contra el mal. Si Jesús acepta la cruz no es por gusto, sino porque no quiere negarse a sí mismo ni negar al Padre que ama sin fin a los hombres y busca la felicidad de todos. "no se haga lo que yo quiero sino lo que quieres tú" (Mt. 26,39). Profundicemos...

Jesús no ha muerto de muerte natural. A Jesús lo han matado. (Ajusticiado después de un proceso llevado a cabo por las fuerzas religiosas y civiles más poderosas de aquella sociedad.)

La cruz no es un sufrimiento que Jesús se inflige a sí mismo como camino de perfección o autorealización. Es más bien el sufrimiento que padece como consecuencia de la reacción que se genera en aquella sociedad contra su actuación y su mensaje. Por eso mismo, "seguir al crucificado" no consiste en "buscar cruces", sino en aceptar la crucifixión que nos puede llegar de diversas formas por ser fieles a Cristo y a su causa.

"Llevar la cruz" es, antes que nada, asumir ese sufrimiento propio del discípulo que sigue a Jesús sabiendo que no "puede estar por encima de su Maestro"(Mt. 10,24) y que ha de compartir su destino doloroso. Aceptar la cruz es seguirle con una disponibilidad sin límite para tomar parte en la inseguridad, riesgo y difamación de su maestro; algo, por lo tanto, muy diferente de una mortificación elegida por nosotros mismos, que puede alimentar sutilmente nuestra propia satisfacción y seguridad.

Es necesario recuperar el sentido genuino de la cruz cristiana por caminos propios del seguimiento: preferir sufrir injustamente antes que colaborar en alguna injusticia, solidarizarnos de manera concreta con los últimos de la sociedad aún a costa de sufrir la crítica y los ataques de aquellos a quienes no interesa escuchar la verdad del Reino de Dios; aceptar las consecuencias de una actuación libre en defensa de los derechos de las personas; sufrir la inseguridad y los riesgos de un comportamiento honesto y consecuente con el Evangelio.

4. Jesús sufre por querer suprimir el mal.

La crucifixión de Jesús revela que es peligroso buscar el bien y la felicidad de todos. No se puede vivir impunemente lo que vivió Jesús. No se puede vivir al servicio del reino de Dios, que es reino de fraternidad, de justicia y de libertad, sin provocar el rechazo y la persecución de aquellos a los que no interesa cambio alguno. Imposible solidarizarse con los que sufren y buscar su dicha y liberación, sin sufrir la reacción de los poderosos.

En Jesús se encarna el amor infinito del Padre a todo ser humano. La actuación de Jesús comienza a resultar demasiado peligrosa. Los escribas no pueden permitir que se ponga el amor a los que sufren y la fraternidad con los más pobres por encima de la seguridad y el orden legal de la Torá.

Los fariseos no pueden aceptar que se acoja a pecadores y despreciables publicanos, ofreciéndoles el perdón gratuito de Dios al margen de la observancia religiosa.

Los saduceos y las clases sacerdotales consideran blasfemo proclamar que Dios sea Padre de todos, incluso de paganos y enemigos de Israel, y que el verdadero culto consista en promover una justicia fraterna entre los hombres. Roma no puede consentir que alguien escape a su poder absoluto poniendo en discusión la divinidad del Cesar.

La Cruz, es pues el resultado de ese rechazo de los hombres. Ni Dios le puso en élla ni El mismo la buscó. Jesús quiso convocar a todos los hombres en torno a un proyecto digno de su Creador y Padre, llamó a la fraternidad, invitó a la búsqueda de la dicha humana por caminos de solidaridad, justicia y misericordia, anunció a Dios como Salvador definitivo de la felicidad del hombre, pero fue rechazado.

5. La actitud de Jesús en el sufrimiento.

La actitud de Jesús ante el Padre puede resumiese en esa oración que repite una y otra vez en Getsemaní, desgarrado por la proximidad de la crucifixión, pero alentado por una voluntad de comunión total con su Padre: "Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres tú"(Mt. 26,39)

Esta actitud queda bien expresada en esos dos gritos:

"Dios mío, Dios mío, ¿porqué me has abandonado?"(Mc.15, 34)

"Padre en tus manos pongo mi espíritu"(Lc. 23,46)

El sufrimiento sigue siendo algo malo. Pero precisamente por eso, se convierte para Jesús en el cauce más realista y el lugar más auténtico para vivir en plenitud su comunión con el Padre. Hemos de entender bien esta obediencia de Jesús al Padre.

En la cruz Dios no está contra Jesús, descargando su ira sobre Él enviándole toda clase de sufrimientos. Dios está de su lado, sosteniéndolo, sufriendo con Él y en Él, identificándose totalmente con Él, como se manifestará más tarde en la resurrección. Lo que el Padre quiere directamente no es el sufrimiento y la crucifixión de Jesús, sino su actuación y su lucha por la felicidad y la salvación de los hombres hasta las últimas consecuencias.

Todo esto es de radical importancia para aproximamos correctamente al misterio último que se encierra en la crucifixión de Jesús.

En la cruz, el Padre y el Hijo están unidos, no buscando sufrimiento y sangre, sino enfrentándose al mal hasta sus últimas consecuencias. Ni el Padre quiere ver sufrir a su Hijo, ni el Hijo le ofrece al Padre sus sufrimientos como algo agradable. El sufrimiento proviene de aquellos que rechazan a Jesús y se cierran al reinado del Padre que sólo y siempre busca el bien del hombre.

Hay más: Jesús está atento a la felicidad de los que lo rodean, incluso durante su misma crucifixión.

Lc. 23,28 se compadece de las mujeres que le lloran y de sus hijos.

Lc. 23,43 se preocupa del malhechor crucificado junto a Él

Jn. 19,26 de su madre que va a quedar sola.

Lc. 23,34 ora para que no se pierdan aquellos que lo están crucificando.

Jesús vive su muerte como el supremo servicio a la humanidad entera. Jesús no quiere sangre ni sufrimiento, pero no se detiene ante ellos en su empeño por buscar el bien del hombre. Le acompaña el Padre que lleva su amor al hombre y su voluntad de salvación para todos hasta el final, incluso hasta aceptar el sacrificio de su Hijo querido. Juan 3,16 "Dios amó tanto al mundo que le entregó a su Hijo".

Lo que da valor redentor a la cruz no es el sufrimiento, sino el amor de Dios que no se detiene ni siquiera ante él. Lo que salva a la humanidad no es un misterioso poder o virtud redentora encerrada en la sangre y el dolor. Lo que salva es el amor infinito de Dios que se encarna en ese sufrimiento. La cruz de Jesucristo es la expresión más realista y profunda de cómo ama Dios al hombre y hasta que punto quiere su salvación y su felicidad.

Esta visión de la cruz cristiana podría transformar la actitud de no pocos cristianos ante el sufrimiento.

Dice A. Torres: "el día en que, ante el sufrimiento de la enfermedad o la dureza de la vida, nuestra sensibilidad espontánea no reaccione diciendo ¿Señor, por qué me mandas esto?, ¿Qué pecado cometí?, ¿Por qué no lo remedias?, sino más bien: "Señor sé que esto te duele como a mí y más que a mí; sé que tú me acompañas y me apoyas, aunque no te sienta..." ese día el Dios de Jesús recuperará para nosotros su verdadero rostro - el Anti - mal que nos sostiene y acompaña con su amor".

6. Nuestra actitud ante el sufrimiento.

En Jesús no encontramos ese sufrimiento que hay tantas veces en nosotros, generado por nuestro propio pecado o nuestra manera poco sana de vivir(apego egoísta a las cosas y a las personas, envidia, resentimiento, vacío interior...). Jesús es un hombre lleno de vida, "El hombre más feliz que haya existido nunca" (D. Sólle). No encontramos en Él "la tristeza del pecado".

Esto significa que el seguimiento de Jesús no nos ha de retraer sino, al contrario, nos ha de urgir a buscar en nuestra existencia esa felicidad que se da en Él, fruto de una vida sana y sin pecado.

Jesús combate el egoísmo, la injusticia, la marginación y todo cuanto genera sufrimiento injusto y evitable; su vida entera es una lucha contra el pecado encarnado en las personas, las costumbres, leyes e instituciones, incluida la misma religión. Se entrega a mitigar y aliviar en lo posible el dolor y la aflicción inevitables en el ser humano(enfermedad, desvalimiento, pérdida de seres queridos, muerte, soledad...)

El seguidor de Jesús no puede ignorar el sufrimiento de los demás en su camino hacia la felicidad. La felicidad cristiana incluye el amor a quien sufre. El que sigue los pasos de Jesús ha de recordar que no hay derecho a ser feliz sin los demás, ni contra los demás. La manera cristiana de buscar felicidad es buscarla para todos.

El cristiano sabe que hay un sufrimiento que ha de asumir si quiere seguir los pasos de Jesús. Es el sufrimiento que se produce como precio y consecuencia de su lucha contra el mal. El cristiano, como cualquier otro, podría evitarse muchos sufrimientos, amarguras y sinsabores; bastaría con que cerrara los ojos al sufrimiento ajeno y se encerrara en la búsqueda egoísta de la propia dicha. Pero siempre sería un precio costoso: el de dejar de amar a Jesucristo.

Lo decisivo, pues, para el cristiano no es el sufrimiento, sino el amor que inspira su vida. Seguir al Crucificado significa entonces asumir el dolor y la aflicción como la experiencia más realista y sólida de vivir la comunión con el Padre y con los hermanos.

Al vivir así el cristiano sabe que no está solo. El dolor no es signo de la ausencia de Dios. En los momentos de máximo absurdo e impotencia, Dios está ahí de su lado, como un Padre que se hace presente silenciosamente en el mal del hombre para conducir su historia dolorosa hacia la vida y la felicidad definitivas. "Dios que resucitó al Señor nos resucitará también a nosotros con su poder"(1 Cor. 6, 14).

Para la oración personal.

Contemplar al Señor en el misterio de la Cruz.

¿Cuál es nuestra actitud frente al sufrimiento personal y al sufrimiento de los demás?

Revisar nuestra actitud pastoral al hablar de la cruz, del sufrimiento.