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TE DEUM(19.09.2001)

CHILE, ¿CUÁL MODERNIDAD?

 

Textos Bíblicos: 1 Tim.  2, 1-8; Mt. 25,31-40   

 

Chile, nuestra amada Patria, vive intensamente los días de su nacimiento, como nación libre y soberana. Las Fiestas Patrias son un momento de alegría. Desde los orígenes de Chile la fe cristiana nutrió su alma. La fe se entrelaza con la historia e idiosincrasia de nuestro pueblo. El Evangelio de Cristo iluminó y orientó la visa personal y social de nuestra tierra. En el Evangelio, el hombre y la mujer de Chile descubrió a Dios, no como una mera fuerza abstracta y lejana, sino como un Padre que en la persona de su Hijo Jesucristo se unió al hombre y entró en comunión de vida con El haciéndolo un Hijo de Dios.

En la Palabra de Dios recién proclamada, también nosotros hoy, como nuestros antepasados ayer, queremos reconocer su fuerza inspiradora para vivir y servir al bien de Chile. “Recomiendo, ante todo, que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los jefes de estado y todos los gobernantes, para que podamos llevar una vida tranquila y de paz, con toda piedad y dignidad” (I Tim. 2, 1-2). El llamado, pues de Dios, a través de esta carta de San Pablo, es orar por los constituidos en autoridad en la Patria, para que ellos desde su responsabilidad contribuyan a una vida digna, en paz, y en justicia para todos. Y en el texto evangélico tomado del evangelista San Mateo, Jesucristo se identifica con todas las necesidades del ser humano –hambre, sed, falta de vivienda y de vestuario, débil en la enfermedad, internado en la cárcel. La preocupación concreta y eficaz por esas carencias humanas determina el destino eterno.

El país, nuestro querido Chile, avanza, hacia el 2010, fecha en que celebramos el bicentenario de la República. La máxima autoridad del País nos proyecta hacia esa fecha – símbolo.

 ¿Cómo será el Chile del 2.010? y del futuro? De todos nosotros depende. Recogiendo lo mejor de todos los compatriotas que forjaron Chile en 191 años de vida independiente, hoy somos nosotros los llamados a forjar los destinos del Chile actual y del futuro. Si siempre la Palabra de Dios fue inspiración para nuestro pueblo, mayoritariamente creyente en Cristo, hoy y  mañana  debe  seguir  siéndolo.  Jesucristo y  su  Evangelio le darán  a Chile -como ayer- el hálito inspirador para hacer de la Patria una tierra de hermanos, justa, digna y buena para todos.

El ser humano es lo más hermoso que Dios ha hecho. Es la primera gran afirmación que brota de las entrañas de la revelación divina. El recordado Card. Silva Henríquez, en una ocasión como esta dijo: “El ser humano es imagen y semejanza de la belleza y de la bondad de Dios. Quiero que en mi Patria –añadía- desde que un ser humano es concebido en el vientre de una mujer, hasta que llega a la ancianidad, sea respetado y valorado”.

El Evangelio de Jesucristo nos recuerda el valor sagrado de la vida y de cada persona humana. El ser humano tiene derechos y deberes que le son consustanciales, inviolables, irrenunciables. “El ser humano es siempre un sujeto, nunca un objeto; siempre un fin, nunca un medio; siempre una meta, jamás una etapa” (Juan Pablo II). Todo atentado a la vida, de cualquier naturaleza, ofende a la dignidad humana.

En estos días el mundo entero contempla horrorizado a donde puede conducir el desprecio al ser humano, es inimaginable la magnitud del dolor de quienes han sufrido estos ataques, de la pérdida de vidas humanas, del sufrimiento de familias enteras heridas en su integridad. Quienes han sido golpeados ferozmente por estos hechos y sus consecuencias materiales, físicas y espirituales, necesitan la manifestación de nuestra solidaridad, sobre todo mediante la oración. Roguémosle al Señor que les acompañe, dándoles su consuelo y su fortaleza, la esperanza, la ayuda y la paz que necesitan.

Una tragedia de esta envergadura nos hace reflexionar sobre la fragilidad de nuestras mejores obras, ante quienes planifican y ejecutan actos de inusitada violencia, aún contra los inocentes, como un medio de amedrentamiento, de venganza o de imposición de su voluntad. Si no alimentamos día a día, con generosidad y altura de miras, el espíritu fraterno de nuestras relaciones, las obras de nuestras manos son vulnerables.

Como cristianos debemos reconocer y recordar que ese espíritu fraterno tiene un modelo y una fuente, Jesucristo. No podemos prescindir de El en la construcción de nuestro mundo. Sin El, es de temer que se abra una brecha de creciente agresividad. El nos muestra el camino de la paz.

La violencia engendra más violencia. Por eso pidámosle al Señor que las reacciones a estos hechos no sean dominadas por la pasión, que no golpeen a inocentes, y que no provoquen graves conflictos internacionales, de repercusiones imprevisibles. La paz es obra de la justicia, también después de tan horrible desgracia.

Así como nos causa horror esta violencia debemos señalar que es un triste destino el que se vive hoy en muchos países y un grave deterioro de la dignidad humana, con leyes que favorecen el aborto, la eutanasia o impiden la vida en sus orígenes. Es doloroso y anticristiano que a millones de seres humanos en el mundo se les priva del alimento diario mientras los pueblos ricos y desarrollados viven en la sobreabundancia, el despilfarro y el lujo.

Este pequeño País se ha caracterizado por su respeto a la dignidad humana y en momentos en que personas y / o grupos sociales, violentaron esa dignidad, Dios suscitó otras personas y otros grupos que alzaron su voz valiente y su acción concreta para defender al hombre, a la mujer, para defender la dignidad humana. Se dice que tenemos que ser un País moderno.

Moderno si, en dignificar la vida, hacer crecer la vida, respetar la vida.

Moderno si, en generar actitudes de solidaridad verdadera y de distribuir los bienes de este mundo, puestos por Dios, al servicio de todos.

Moderno si, en trabajar por la estabilidad de las familias y en fortalecer las relaciones de padres e hijos.

Moderno si, en buscar soluciones adecuadas, incluso con el sacrificio personal y propio, del drama del desempleo que aflige tan dolorosamente a tantos hogares de la patria.

Moderno si, en darle a nuestros jóvenes esperanza de un mundo fraterno y solidario, de reencantarlos en el servicio público, de ayudarles a descubrir la belleza de la sexualidad como camino de plenitud humana, y no como búsqueda egoísta de placeres efímeros.

Moderno si, en donde los actores sociales y políticos coloquen sus mejores capacidades al servicio de todos, haciendo de la política “arte difícil y noble” una de las mejores formas de gastar la existencia a favor especialmente de los más débiles y desposeídos.

Moderno si, en el esfuerzo de todos, sostenido y constante en acortar brechas que separan a los pobres de los ricos.

Moderno si, en buscar todos los caminos posibles y adecuados en erradicar la violencia, la droga y el alcohol, verdaderos cánceres que destruyen personas, especialmente a nuestros jóvenes.

Pero si por moderno, se entiende generar legislaciones que muestren la decadencia en el respeto a la persona humana, la conciencia creyente de Chile, no puede, no debe aceptar esa modernidad. No basta que algo sea legal para que sea bueno.

No basta tampoco para legislar el uso de encuestas de opinión pública que favorecen tal o cual propuesta influenciada, muchas veces, por fuertes campañas publicitarias e inconfesables y oscuros intereses económicos. Tiene que haber coherencia interna entre la propuesta legal y la visión de persona que desde, los comienzos este País ha tenido.

Estos días, en nuestra querida Provincia de Osorno hemos podido comprobar, lamentablemente, hasta que extremos de indignidad y bajeza puede llegar la condición humana cuando sólo se busca satisfacer los instintos, utilizando de la manera más abyecta las personas de jóvenes menores de edad. Es necesaria una campaña a nivel regional y nacional de la dignificación de la persona humana, especialmente de los más pobres de la sociedad.

No podemos, no debemos permitir que se denigre en ninguna forma la dignidad humana, y menos utilizando las necesidades económicas de la gente. Chile, en su alma más profunda, tiene un inmenso respeto por la persona humana. Por ello, y con fuerza, queremos decir:

“Profesamos que todo hombre y toda mujer por más insignificante que parezcan, tienen en si una nobleza inviolable que ellos mismos y los demás deben respetar sin condiciones; que toda vida humana merece por si misma, en cualquier circunstancia su dignificación”.(Puebla 317).

El fortalecimiento, pues,  de la dignidad humana en todas sus formas posibles, hará de Chile un País verdaderamente moderno. Un aspecto de esa dignificación tiene que ver con los pueblos originarios particularmente en este hermoso Sur de nuestro Chile, con los mapuches, pehuenches y huilliches. Recientemente los Obispos de Sur hemos analizado a fondo esta situación y hemos propuesto caminos que contribuyan a sanar esta deuda histórica con los pueblos indígenas.

Los tiempos urgen para generar una nueva relación en justicia y verdad, amor y paz, con toda la comunidad nacional. Estamos conscientes que hay que superar dificultades para generar los cambios que anhelamos. Nos hallamos ante una obligación de la sociedad entera. Se deben reconciliar las formas de pensar y juzgar con la verdad histórica, las legítimas aspiraciones de los pueblos originarios con la legislación vigente. Con la buena voluntad de todos podremos desarrollar una mirada y una actitud diferente hacia esta realidad. En esta tarea, los medios de comunicación social tienen una seria  responsabilidad.

El común empeño por la construcción de la justicia social en nuestra patria debe considerar el respeto a los derechos de los pueblos originarios. Esto implica la voluntad política de llegar a un reconocimiento constitucional del pluralismo étnico de la patria común. Esta voluntad se ve menoscabada por los prejuicios, el desconocimiento o la criminalización de las legítimas demandas de reconocimiento de los derechos del pueblo mapuche.

Conscientes de la responsabilidad histórica de todo chileno por la actual situación del pueblo mapuche, exhortamos a todos a participar en un diálogo constructivo. Para esto es necesario un adecuado fortalecimiento de los auténticos representantes del pueblo mapuche, sin los cuales, difícilmente fructificará la búsqueda de soluciones pacíficas y definitivas. Se trata de ir más allá de los acuerdos formales, avanzando todos juntos hacia el reconocimiento constitucional y el respeto del pueblo mapuche como comunidad cultural no sólo de hecho, sino también de derecho.

Recordamos una vez más las palabras del santo Padre al pueblo mapuche en Temuco: “ Al defender vuestra identidad, no solo ejercéis un derecho, sino que cumplís también un deber: el deber de transmitir vuestra cultura a las generaciones venideras, de este modo a toda la nación chilena, con vuestros valores bien conocidos: el amor a la tierra, el indómito amor a la libertad, la unidad de vuestras familias”.  (05.04.87)

El texto bíblico de la primera lectura nos invitaba a orar por los gobernantes y por todos para llevar una vida tranquila, en paz y en unidad. Este es otro gran desafío de cara al 2.010. La división entre chilenos sigue siendo aún un problema. Lo acontecido en nuestra historia reciente ha marcado fuertemente a la comunidad nacional. Sin embargo, Chile es un pueblo que mayoritariamente cree en El, en Jesucristo, somos un pueblo que confiesa su nombre y su Evangelio. El nos ha dicho “Si ustedes aman a los que  les aman, ¿qué  premio merecen? ¿No obran así también los pecadores? Yo les digo amen a sus enemigos y recen por sus perseguidores. (Mt.6). El  nos invitaba en el Evangelio de hoy a reconocerlo en toda persona, particularmente en los más sufrientes y pobres. El nos enseñó a mirar a los otros seres humanos como hermanos. ¡Aunque piensen diferente, aunque estén en bandos diversos! El nos enseñó a romper la lógica que hace al hombre enemigo del hombre. Esa lógica no se rompe ni hay vida civilizada sin la capacidad de perdonar y de pedir humildemente perdón. ¡Nadie, absolutamente nadie puede negarse a pedir perdón y a ofrecer su perdón. En la ruptura de la unidad de nuestro Chile, todos, absolutamente todos, en mayor o menor medida, hemos pecado. Reconocerlo es un acto de grandeza, de humildad en la verdad.

Cada uno de nosotros debe aportar al re-encuentro de toda la familia chilena. Seremos bendecidos por nuestro Dios si así lo hacemos. Y por amor a Dios y al prójimo, por amor a Chile, una vez más hacemos el llamado, a quienes posean información acerca de los detenidos desaparecidos, a darla a conocer, para sanar una de las heridas más dolorosas de la historia reciente de Chile.

Si, desde ahora soñamos con el Chile del 2010. Soñamos con un Chile reconciliado, centrado en la dignidad de todos los hombres y mujeres de Chile y en la dignidad de cada uno de sus hijos. Un país que encuentre caminos de verdadera integración de los pueblos originarios, avanzando todos juntos hacia el reconocimiento constitucional y el respeto del pueblo mapuche como comunidad cultural, no solo de hecho, sino también de derecho.

Acogemos el llamado de la Palabra de Dios: “Recomiendo, ante todo, que se hagan peticiones, oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los Jefes de Estado y todos los gobernantes, para que podamos llevar una vida tranquila y en paz, con toda piedad y dignidad” (I Tim. 2, 1-2). Que así sea.