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TE DEUM(18.09.2002)

 

REVITALIZAR EL ALMA DE CHILE

 

Textos bíblicos: Ef. 4, 22-32
                        
  Mt. 7, 21-29

 
Chile, nuestra amada Patria, vive intensamente los días de su nacimiento, como nación libre y soberana. Las Fiestas Patrias son un momento de alegría. Desde los orígenes de Chile la fe cristiana nutrió su alma. La fe se entrelaza con la historia e idiosincrasia de nuestro pueblo. El Evangelio de Jesucristo iluminó y orientó la vida personal y social del hombre de nuestra tierra. En el Evangelio, el hombre y la mujer de Chile descubrió a Dios, no como una mera fuerza abstracta y lejana, sino como un Padre que en la persona de su Hijo Jesucristo se unió al hombre y entró en comunión de vida haciéndolo  un hijo de Dios.

En la Palabra de Dios recién proclamada, también nosotros hoy, como nuestros antepasados ayer, queremos reconocer su fuerza inspiradora para vivir y servir al bien de Chile. “Dejen que su mente se haga más espiritual, para que tengan nueva vida y revístanse del hombre nuevo. Este es el que Dios creó a su semejanza, dándole la justicia y la santidad que proceden de Dios” (Ef. 4,23). El llamado es, pues,  a revestirse de la novedad de vida que viene de Dios y que encuentra en las Bienaventuranzas la plenitud de esa novedad.

El Evangelio nos hablaba de construir la vida y la historia en la fidelidad a la Palabra de Jesucristo: “El que escucha mis palabras y las practica es como un hombre inteligente que edificó su casa sobre la roca” (Mt. 7,24).

Chile, encabezado por su máxima autoridad nos proyecta ya desde ahora, a la celebración del Bicentenario el año 2.010. Hay grandes proyectos de renovación de pueblos y ciudades. ¿Será el desarrollo material el verdadero desarrollo de Chile? Sin duda que es importante que el País crezca en vías, en nuevos edificios, en plazas, en megaproyectos que faciliten la existencia. Pero, ¿bastará ello para ser una Nación Moderna? Un chileno de excepción, el Cardenal Silva Henríquez, dijo en una ocasión como ésta: “Chile tiene su alma. Cataclismos naturales, potentes apetitos foráneos, guerras externas y largas noches de interna disensión hasta el odio; pobreza, sufrimiento -el sufrimiento más terrible de todos-, no amar al hermano, no han podido arrebatarle a Chile su alma. Y en esta hora de acción de gracias  por una herencia que nos enaltece, nos estremece también la esperanza. Chile quiere seguir siendo Chile. Chile anhela empezar otra vez, estar como antes, como siempre a la cabeza del Reino de los grandes valores: pequeño y limitado, tal vez, en su potencia económica, grande y desbordante en su riqueza de espíritu”. Y nos invitaba a encontrar en la fidelidad a nuestra tradición el alma de Chile.

La fidelidad a la tradición que constituye el alma de Chile la extraemos de Jesucristo y de su Evangelio. Son ellos –hoy como ayer- el hálito inspirador para hacer de la Patria una tierra de hermanos, justa, digna y buena para todos.

En tres primados, el Card. Silva nos recordaba la esencia del alma de Chile: el primado de la libertad sobre todas las formas de opresión; el primado del orden jurídico sobre todas las formas de anarquía y arbitrariedad y el primado de la fe sobre todas las formas de idolatría.

Esta es nuestra más honda identidad histórica. Esta es nuestra alma. Tenerla, mantenerla y proyectarla en el tiempo es lo que da verdadero protagonismo a una Nación. La identidad cuaja por vivencias históricas compartidas, las cuales se han decantado en valores, contenidos morales, visiones y símbolos que la mayoría de sus habitantes considera como suyos. Es una identidad viva, creciente. La trayectoria que vamos haciendo nos aporta muchísimas novedades y obliga a constantes reformulaciones. Sin embargo, mientras Chile sea Chile, habrá un núcleo básico que se proyecta. En una hora de globalización, necesitamos formular mejor nuestra identidad en los años que nos encaminan al bicentenario. Para crecer en el concierto de los pueblos latinoamericanos y desplegarnos en una comunidad internacional justa y dinámica.

Desde sus orígenes, Jesucristo y su Evangelio estuvo presente en Chile. Jesús, Señor y Redentor de la humanidad es también el Redentor de Chile. Jesucristo es el Dios con nosotros. La Palabra de Dios estuvo misteriosamente desde el inicio de la vida social en este territorio. Los pueblos originarios no conocían el nombre del Salvador, pero cada vez que fueron dignos, verídicos, generosos, que oraron y que gobernaron con respeto la tierra, cumplían con el sabio plan de Dios. Al llegar el Evangelio y la persona de Jesucristo a estas tierras se adentraron en la médula misma de la Patria, imprimiéndole un cuño singular. Nuestra sociabilidad posee características que provienen del revolucionario mensaje y la gracia de Cristo, que transformaron íntimamente al hombre en hijo, y en hermano y en señor de su destino.

De hecho, en el Evangelio se funda el ideal de familia tal como pulsa en lo hondo del corazón chileno. La Madre de Jesús, María, ha sido presencia de mujer en el alma de nuestras mujeres. El espíritu solidario que aflora en los corazones de los chilenos tiene su raíz en el Evangelio de Jesucristo, que ve en el rostro del sufriente a un hermano y al mismo Jesucristo (Mt.25).

Junto al desarrollo material previsto para la celebración del bicentenario, desarrollo necesario y en algunos casos urgente, es imperioso servir a la causa honda y profunda de revitalizar el alma de Chile.

En el mundo intercomunicado en que vivimos, es posible entrar en relación con múltiples realidades que antes se mantenían en distante lejanía. En tiempos de globalización, será indispensable que no dejemos de lado auténticas riquezas que el alma de Chile atesora. La nueva y necesaria apertura, no puede significar seguir de modo acrítico, ingenua y frívolamente los parámetros y los estilos de la cultura dominante de las sociedades de abundancia.

Para la vida de Chile fortalezcamos la familia como núcleo de la sociedad. La inmensa mayoría de nuestros connacionales, consideran que la vida feliz consiste en pertenecer a una familia acogedora y estable. Los Obispos de Chile apoyamos una ley renovada de matrimonio civil, pero sin darle carta de ciudadanía al divorcio vincular. Es verdad que Chile es uno de los pocos países occidentales sin ley de divorcio. Tanto mejor. Eso significa que podemos aprender de las experiencias negativas de otros países y seguir un camino nuevo para superar los problemas y fortalecer realmente a la familia. En cualquier caso, en toda circunstancia, la familia unida y estable seguirá siendo la base fundamental de la vida de la sociedad chilena.

Para la vida de Chile promovamos el don de la vida desde el inicio en el seno materno hasta su fin natural: “Profesamos que todo hombre y toda mujer, por más insignificantes que parezcan, tienen en sí una nobleza inviolable que ellos mismos y los demás deben respetar y hacer respetar sin condiciones” (P.317).

Para la vida de Chile promovamos la defensa de los derechos humanos en todas sus formas. Es necesario poner al ser humano en el centro del desarrollo y orientar la economía para satisfacer más eficazmente las necesidades humanas. Todo tipo de manipulación genética, psicológica, social, política o religiosa, implica un reduccionismo de la dignidad humana, que va en sentido contrario a un desarrollo integral de la humanidad. No nos cansaremos nunca de repetirlo y gritarlo: el ser humano, cada ser humano vale más que todo. El hombre, la mujer es lo primero.

Para la vida de Chile luchemos con todas nuestras fuerzas por la superación de la extrema pobreza. El tema pasa por complejas cuestiones técnicas que implican estudio y habilidad. Es también verdad, gracias a Dios, que hemos dado pasos considerables. Sin embargo, el problema para miles y miles de chilenos continúa siendo clamoroso y acuciante. No podemos dejarnos llevar por el cansancio, ni desanimarnos por las incomprensiones. Precisamos pronto, de un acuerdo como País, en una gran política mancomunada, para que los pobres de Chile tengan más vida. Los actos heroicos de las nuevas generaciones de chilenos pasan por erradicar la extrema pobreza y dignificar la vida de todos los habitantes de Chile.

Para la vida de Chile trabajemos generosamente por una salud y educación integral, moderna y eficiente para todos los chilenos. En este campo, como en otros, donde, gracias a Dios se han dado pasos positivos y significativos, es necesario globalizar la solidaridad. La solidaridad entendida como “la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos” (SRS. 38), es el propósito de una nueva visión del mundo y de la historia, fundada en la primacía de la  persona. Y la globalización de la solidaridad debe ser el horizonte que nos ayude a construir una sociedad justa y fraterna.

Para la vida de Chile promovamos el cuidado responsable de la Creación en nuestro territorio. Tenemos que cuidar los recursos naturales con muchísima más solicitud todavía. Pero, por sobre todo, hemos de estar atentos a la ecología humana, a proteger la vida del ser humano en todas las circunstancias.

Para la vida de Chile sigamos integrándonos con los otros países del planeta, porque queremos ser un país abierto y conectado, pero sin olvidarnos que nuestra genuina realización es ser más solidarios. Queremos ser un país de hermanos. En él cada chileno es importante. No es sólo un sujeto de consumo ni un factor de producción económica. No podemos importar del extranjero un ritmo laboral más frenético que impedirá todavía más el cultivo de la amistad tranquila y el diálogo familiar. Durante las negociaciones en los exigentes mercados internacionales, debemos defender con firmeza y habilidad el puesto de cada trabajador y auspiciar la creación de nuevos empleos.

Para la vida de Chile debemos considerar el respeto real y efectivo a los derechos de los pueblos originarios. Esto implica la voluntad política de llegar a un reconocimiento constitucional del pluralismo étnico de la patria común.

Para la vida de Chile es necesario crear espacios de participación y de sentido con los jóvenes en un diálogo respetuoso e iluminador. Ellos anhelan dar su aporte generacional, indispensable por lo demás, en el Chile actual y en el del futuro.

 Finalmente, para la vida de Chile, como don propio de la iglesia al País, anunciamos el Evangelio de Jesús. El Evangelio que es plenitud de vida y de realización humana, porque procede del Verbo, del Hijo Eterno del Padre, que se hizo uno de nosotros, para que nosotros participáramos de la misma vida divina. Ahí está el fundamento último de la verdadera vida de Chile.

Invoquemos ahora al Dios viviente. En el momento histórico de la Patria amada elijamos el camino que lleva a más vida para Chile. Imploremos al Señor de la historia, con humildad y filial confianza: ¡ dános vida tuya, dános más vida !

Para los pobres, ¡más vida!

Para los jóvenes, ¡más vida!

Para las mujeres, ¡más vida en plenitud!

Para los ancianos, ¡más vida gozosa y acompañada!

Para los débiles, los desconcertados y tristes, para los enfermos y solitarios, ¡más vida!

Para Chile entero, ¡más vida tuya, Jesucristo!

A Ti el honor y la gloria por los siglos de los siglos. Amén

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